Por Ángel Hernández Candelaria
El 13 de enero del 2024 conmemoramos 50 años del fallecimiento de Salvador Novo López: poeta, dramaturgo, ensayista, crítico, cronista, en fin, cultor de todas las forma. Con más de 40 títulos en su haber, destacan Seamen Rhymes (1934), Sátira, el libro ca… (1955), La culta dama (1948), Yocasta o casi (1970). En un México marcado por la crisis, la obra de este polígrafo apuntala el trazo de toda una generación signada por la búsqueda y la reconstrucción de la palabra.
Reconocido por su irreverencia, perspicacia y sensibilidad, Novo coloca la piedra angular del grupo Contemporáneos –el grupo sin grupo– junto a los poetas Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer, Jorge Cuesta y José Gorostiza. También fungió como jefe del departamento editorial de la Secretaría de Educación Pública, miembro de Academia Mexicana de la Lengua y jefe del departamento de teatro del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Si bien mucho más puede rascársele al anaquel donde quedó aparcada la tradición y su lectura, pocos son los caracteres y tanto el tiempo que ha pasado que de tanta pero tantísima tela habrán de bastar unos cuantos jirones. Hablemos de pluma; mejor aún, hablemos de familia. Cuando a las locas que escriben nos invitan a reflexionar sobre los autores que hemos leído, no podemos evitar pensar en una cena. Se nos olvida que, aún y con la polémica que su figura encarna en la política mexicana, Novo forma parte del núcleo de una revolución que abrió camino a otras formas de ser, de EL MOVIMIENTO que dejó que entrara aire a la cultura en México. Por eso en el festín personal que cada loca despliega cuando se pone a pensar en respuestas para momentos como este, en el extremo de la mesa que asoma a otra habitación una tiende a colocar a Salvador Novo: para avanzar, sí o sí, habremos de pasearse ante su vista, nos guste o no, porque por plumas como la suya podemos escribir como escribimos desde esa trinchera peliaguda, torcida y tan nuestra de la diferencia.
Es aquí donde toca la nostalgia a nuestra puerta: ahí esta una, por decir algo, recién cumplidos los veintes, un profesor le comenta sobre La estatua de sal y la sátira y se maravilla por encontrar en la vida y en la métrica ciertas otras formas elegantes del rencor, muchas más formas de afilar la palabra para luego vagar por la ciudad siendo capaz de reconocer tanto pelo y seña que posteriormente va a tildar de poesía. Si tuviera que hablar más a profundidad sobre Novo, sería solo para recalcar algo que Ernesto Reséndiz, admirado y queridísimo colega, ha mencionado no una sino varias veces:
El gran legado que nos dejó es la posibilidad de la ironía y la inteligencia, del no tomarse todo tan enserio y permitirse ser frívolo, para hacer gala y arte literario con todo ello. Para los lectores abrió una puerta a una literatura alejada de la seriedad y la solemnidad; mientras que para la comunidad gay, además, demostró que se puede ser abiertamente homosexual y vivir grandes experiencias.
Me aterra pensar qué sería de la palabra, de estas palabras, si no hubiérase rescatado La estatua de sal. ¿Quién ocuparía esa silla? No lo sabremos nunca. En fin, el 13 de enero del 2024 conmemoramos 70 años del fallecimiento de Tata Novo: poeta, dramaturgo, ensayista, crítico, cronista, loca, loquísima en toda forma. Me gustaría recordarlo con el siguiente poema del libro Espejo (1933):
La poesía
Para escribir poemas,
para ser un poeta de vida apasionada y romántica
cuyos libros están en las manos de todos
y de quien hacen libros y publican retratos los periódicos,
es necesario decir las cosas que leo,
esas del corazón, de la mujer y del paisaje,
del amor fracasado y de la vida dolorosa,
en versos perfectamente medidos,
sin asonancias en el mismo verso,
con metáforas nuevas y brillantes.
La música del verso embriaga
y si uno sabe referir rotundamente su inspiración
arrancará las lágrimas del auditorio,
le comunicará sus emociones recónditas
y será coronado en certámenes y concursos.
Yo puedo hacer versos perfectos,
medirlos y evitar sus asonancias,
poemas que conmuevan a quien los lea
y que les hagan exclamar: “¡Qué niño tan inteligente!”
Yo les diré entonces
que los he escrito desde que tenía once años:
No he de decirles nunca
que no he hecho sino darles la clase que he aprendido
de todos los poetas.
Tendré una habilidad de histrión
para hacerles creer que me conmueve lo que a ellos.
Pero en mi lecho, solo, dulcemente,
sin recuerdos, sin voz,
siento que la poesía no ha salido de mí.