Por Coral Aguirre
Mis actos son una afirmación de mi conciencia que me dice que cumplo con mi deber.
Julieta Lanteri
Escribo el nombre completo Julieta Lanteri (1873-1932) y advierto que una estación del metro de Buenos Aires en Argentina lleva su nombre. Había llegado pequeña a Buenos Aires en la primera gran oleada de migrantes italianos a finales de 1870. Según los periódicos porteños los mismos vecinos de esa ciudad la escogen entre otras mujeres importantes. Vaya a saber por qué razones impresas en lo poco que queda de ella, o acaso sencillamente por el acto de andar en un mundo ajeno, el de los hombres.
La elijo para que nos acordemos de los muchos gestos de libertad y coraje que ejercieron tantas mujeres sin que nadie haya dado cuenta de ellos ni de ellas. Actos tan difíciles de realizar como ser, por ejemplo, la primera egresada del Colegio Nacional de La Plata y luego en la Universidad de Buenos Aires la quinta médica egresada de sus aulas. También quiso ser docente allí mismo, cosa que le fue negada por extranjera, seguramente con gran regocijo masculino, con la excepción, lo doy por hecho, de algunos maestros virilmente nobles que la habrán admirado.
Con sorpresa descubro también que Julieta Lanteri fue una de las primeras en decidir desposarse sólo para obtener la ciudadanía de su nuevo país, cosa tan común en la actualidad. De modo que en 1910 se casó y se divorció de inmediato, pero ya era argentina. También ya había fundado con otras mujeres de fuste la Asociación de Universitarias Argentinas en 1904.
Pero comencemos desde cero. Italiana de origen, apenas tenía seis años cuando, en 1879 se partió en dos su mundo y fue a dar al puerto de Buenos Aires, donde iban a dar los que, “perdida la fe” como dice el tango, buscaban la redención en los márgenes del Río de la Plata. Allí donde reinan las vacas y los hacendados. Donde prevalece el autoritarismo ejercido a través de la explotación del pueblo pobre que acepta sin chistar, en la mayoría de los casos, su esclavitud. A pesar de revueltas, levantamientos y asaltos populares que no lo llevan más que a una mayor represión política y económica.
En este marco, qué pudiéramos advertir del estado en que se hallan las pobres mujeres que en todo caso si quieren revelarse son locas y en el peor, cuasi animales de carga. Donde los migrantes son delincuentes y los indios felizmente han sido diezmados. No obstante, todo ello, bien reconocido por su lúcida mirada, Julieta no se arredrará.
En verdad que me cuesta imaginar cómo hicieron las primeras científicas, las primeras creadoras, las médicas que pugnaban por entrar a la universidad, cómo se las arreglaron para obtener sus primeros derechos.
También es cierto que venían de familias cultas, de ambientes donde la Revolución Francesa y sus premisas sacudieron el andamiaje de la costumbre provinciana, enemiga de novedades. Quizás nos favoreció que el primer mundo que para las latinoamericanas radicaba en Paris, se hubiera conmovido de tal modo. Así, pensemos sólo en la carrera de medicina, las primeras médicas en Buenos Aires entre las cuales Julieta Lanteri entre otras famosas como Alicia Moreau o Elvira Rawson Dellepiane, iban detrás de sus derechos humanos, al inscribirse en la Facultad de Medicina.
Si bien se consiguió el acceso a los estudios superiores, las mujeres no sufrieron menos por ello. Estaba el reparo de los padres a esos estudios, las reacciones de sus compañeros masculinos, de los mismos maestros todos hombres, las diferencias sociales, y tanto más que podemos imaginar fácilmente.
Escribo Julieta Lanteri y pienso que vivió un momento tan difícil como el cambio de siglo, entre un mundo que agonizaba y otro que emergía con la fuerza y las debilidades de todos los cambios. Por un lado, las nuevas industrias, los nuevos medios de transporte y medios de comunicación, la aparición del cine entre muchas otras novedades, pero también sobre todo en nuestras tierras, las nuevas dictaduras, los totalitarismos tan temibles. Ante todo ello, Julieta nunca dejó de pensar en sus compatriotas, todo lo que hizo fue con el criterio de hacerlo asimismo, para todas las mujeres de su nueva patria, crear instituciones que las reconocieran y ejercer actos que pusieran en la picota las leyes masculinas y represoras que no las dejaban actuar en plena libertad y con autonomía política.
En este contexto no hubo novedades felices para nosotras sino más bien un discurso y práctica conservadores que trataban de sujetarnos más que nunca. A pesar de las extrañas apariciones de mujeres en todos los órdenes que proclamaban la no sujeción a las leyes patriarcales. Porque es cierto que, a contrapelo de gobernantes paternalistas y sectarios, se abrió un abanico de grupos femeninos en busca de sus derechos y socavando las bases más autoritaristas. Se abrieron cien flores, cientos de organizaciones en todo América Latina en busca de la liberación femenina.
Por su parte, del mismo modo que su autoafirmación la llevara a concretar su carrera de médica y actuar en defensa de los derechos femeninos, en 1911 ante la demanda de actualización de datos para las siguientes elecciones municipales, Julieta se inscribe con la venia de la autoridad correspondiente que no señalaba ni excluía en la Constitución el sexo femenino, en el padrón electoral. De manera que por primera vez en la historia de América Latina se contó con un sufragio femenino. Claro que de inmediato “las fuerzas del Orden y la Ley patriarcales” lanzaron un comunicado prohibiendo el voto femenino, pero (hay que volver a escribir su nombre completo) Julieta Lanteri llevaba un ejercicio libertario muy fuerte y estaba aprendiendo de sus propios actos.
Poco tiempo después decidió candidatearse para diputada, porque, alegó, no había ninguna mención al sexo de los candidatos y. apuntó. “La Constitución Nacional emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo, no exigiendo nada más que condiciones de residencia, edad y honorabilidad, dentro de las cuales me encuentro”, sin duda con el aprendizaje que le había dejado su acción anterior. Por segunda vez en la Historia política de nuestra América su nombre se inscribe como la primera mujer en postularse para una diputación.
Hizo propaganda en las esquinas, a la salida de los cines, pegó carteles en los barrios, y su plataforma electoral se adelantó cuarenta, cincuenta años a la modernidad: licencia de maternidad, subsidio federal para los hijos, abolición de la pena de muerte, sufragio universal, salarios equitativos, divorcio absoluto, entre una serie de demandas que se centraban en los derechos de la mujer. Por segunda ocasión su candidatura obtuvo un fallo a su favor, y 1730 votos masculinos en contra, porque las mujeres no votaban…y perdió, naturalmente.
Escribo Julieta Lanteri porque se yergue no sólo como pionera de nuestras demandas sino como autoafirmación de todos nuestros derechos, y su hacer es tan largo como para alcanzar a organizar congresos internacionales a favor de la niñez, contra la trata de blancas, y por supuesto en primer lugar atendiendo a la cuestión femenina.
Tanta osadía en tiempos tan aciagos para las mujeres debía coronarse con el azote que todavía sufrimos. Así como resultó primera estudiante femenina en colegios y carreras, primera en ejercer el voto ciudadano, primera en postularse para la vida política de su país, primera en organizar congresos y lanzar premisas que nunca antes se habían oído en el foro público venidas de la voz de una mujer, repito, tanta osadía debía recibir su castigo.
Fue en el verano porteño, ese al que le pusiera música Astor Piazzolla. Julieta Lanteri caminaba por pleno centro de Buenos Aires soñando, es fácil de imaginar, en nuevas reivindicaciones imprescindibles para nosotras en nuestro azaroso andar. Seguramente estaba a punto de cruzar la calle. De la nada surge entonces un automovilista, ¿distraído? quien la golpea, a primera vista pudiera suponerse que con toda alevosía. Ella cae muerta. Él huye. Muerte y vida, entrelazadas. Pasaron días hasta que el hecho rotulado como accidente por la policía federal comenzara a dejar ver su horrenda cara. Si se ocultó el nombre y el registro del conductor, la verdad tarde o temprano muestra su rostro: se trataba de David Klapenbach, miembro del grupo paramilitar de extrema derecha que yo conozco muy bien por muchas razones, la Liga Patriótica Argentina. Entidad que en Bahía Blanca, por ejemplo, se reunió en la Estación de trenes del Ferrocarril del Sur, para masacrar a los obreros anarquistas que viajaban rumbo a Buenos Aires. Todos “hombres de bien” enfundados en sus trajes de corte inglés.
Escribo Julieta Lanteri como la rúbrica de las mujeres que forman parte de esta columna para que no se olviden sus nombres y podamos por fin reconocer nuestra genealogía. Ella, Julieta, como Cristina y las que siguen, delantera en tantas cruzadas que nos enorgullecen, porque también lo fue, nunca será suficiente denunciar la violencia ejercida sobre ella, que como lo corrobora con su muerte violenta, hubo de inaugurar: el primer asesinato de carácter político que se conoce por nuestras desoladas tierras.
En nombre de la sucia política nazi, del patriarcalismo más acendrado, en contra de la educación, el pensamiento humanista y la inclusión porque todos los seres humanos somos iguales y tenemos los mismo derechos, Julieta Landeri sufre el primer feminicidio político de nuestra América Latina.