En 1972, el crítico literario Francisco Zendejas propuso la creación del Premio Internacional Alfonso Reyes con el fin de homenajear a nuestro escritor, pues la obra del regiomontano universal fue su lectura predilecta. Este lector inveterado la difundió en las escuelas secundarias donde fue maestro de literatura. La devoción que profesó por Reyes quedó de manifiesto en su columna “Multilibros”. Reyes, con su acostumbrada cortesía, correspondió con mensajes y cartas breves pero entusiastas donde le agradecía sus opiniones, diálogo que devino en amistad respetuosa y fraterna.
Como es sabido, la Academia Sueca le negó a Alfonso Reyes el Premio Nobel de Literatura, no obstante que las mejores plumas de su tiempo: Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Octavio Paz, entre otros, afirmaron públicamente que nuestro escritor y poeta había derribado fronteras y era el vínculo más sólido entre los ámbitos culturales iberoamericanos y europeos de entonces.
Zendejas tomó como ejemplo la propuesta que el mismo Reyes le hiciera al morir el poeta Xavier Villaurrutia en 1950: crear un premio con su nombre para enaltecer así la literatura mexicana. A tal propuesta, Reyes contestó: “Sí amigo, gracias, pero debemos esperar a que yo muera. Entonces llevará usted a cabo ese proyecto y en la mente de mis amigos regresaré a la vida”.
El deseo de ambos se consumó. El crítico literario del periódico Excélsior fundó el galardón con el fin de estimular la creación, la escritura, y, con ello, dignificar el rostro de nuestro presente. En la historia del Premio Internacional Alfonso Reyes están inscritos grandes poetas, eminentes ensayistas, narradores e investigadores literarios de varios países. El amor a las letras, los afanes por estudiar las corrientes humanísticas, la dedicación invariable de quienes consagran sus capacidades a una disciplina decisiva para descubrir, descifrar y penetrar los enigmas de nuestra expresión, encuentran en este estímulo el reconocimiento a sus empeños.
El primer autor en recibirlo fue Jorge Luis Borges en 1973. Vale reparar en las circunstancias que envuelven este acontecimiento: la ceremonia de entrega fue el detonante para que el escritor argentino visitara México por primera vez. Borges, quien tuvo que dejar a su madre enferma en Argentina, confesó que había aceptado viajar, a pesar de los inconvenientes, por tratarse justamente de la figura de Alfonso Reyes, a quien lo unía un diálogo constante y cuya prosa públicamente encomió en distintas ocasiones.
A partir de entonces, el Premio Internacional Alfonso Reyes se ha consolidado como un punto de enlace entre la literatura mexicana y la cultura universal. La lectura de los autores premiados nos permite trazar una historia de conversaciones y encuentros permanentes, una combinación afortunada entre la creación y la reflexión. La segunda emisión recayó en el hispanista francés Marcel Bataillon, autor del clásico ensayo Erasmo y España. En 1975 tocó el turno a ese creador cubano extraordinario que fue Alejo Carpentier; con él continuaría una larga lista de escritores de primer orden, como André Malraux (1976), Jorge Guillén (1977), Carlos Fuentes (1979), Octavio Paz (1985), Adolfo Bioy Casares (1990), Juan José Arreola (1995), Arturo Uslar Pietri (1998), José Emilio Pacheco (2004), Mario Vargas Llosa (2010), Eduardo Lizalde (2011), Ignacio Bosque (2012), Fernando del Paso (2013) e Ida Vitale en esta última edición, correspondiente a 2014. Entre los estudiosos de la obra de Reyes que han merecido la distinción sobresalen los nombres de James W. Robb (1978), Ernesto Mejía Sánchez (1980), José Luis Martínez (1982), Rafael Gutiérrez Girardot (2001), Antonio Candido (2005) y Alfonso Rangel Guerra (2009). Figuras indiscutibles del ámbito intelectual de Occidente han inscrito su nombre en la lista de los ganadores: en 2003 le fue entregado el Premio al crítico norteamericano Harold Bloom y, en 2007, al ensayista francés de formación británica George Steiner.
Desde su instauración, el Premio Internacional Alfonso Reyes es uno de los galardones más prestigiosos en el plano de la literatura mundial, no sólo por llevar el nombre de nuestro regiomontano ilustre, pilar de la literatura mexicana, sino porque, dada la trascendencia de los autores que lo han merecido, su entrega es un referente anual que resignifica el valor de la escritura como esencia del humanismo y el valor de la palabra en tanto concreción del pensamiento. En las obras de quienes integran la lista de los homenajeados, imaginación y reflexión confluyen reinventando el lenguaje, enriqueciendo, mediante el sello civilizatorio de la letra escrita, nuestra representación y, más importante, nuestra percepción y conocimiento de la realidad.
En cuarenta y un años, el Premio se ha convertido en uno de los reconocimientos más significativos del ámbito literario, pues, siguiendo la trayectoria de nuestro embajador de las letras y la cultura en el mundo, consolida con cada edición su apuesta por el diálogo y el conocimiento, en una era, la nuestra, en la que estos imperativos parecen haber quedado a la zaga.