Por Dalina Flores Hilerio
Rayuela, han dicho algunos creadores de contenido, ha pasado de moda. Ya nadie lee la novela, ni se siente entusiasmado con su propuesta “innovadora” pues, para las opciones multitextuales que ofrecen las plataformas digitales, ya no ofrece nada realmente innovador. Algunos opinólogos aseguran que su anacronismo se debe a diversas razones que podrían condensarse en una sola: los lectores actuales carecen de competencias lecto-literarias que les permitan elucidar y disfrutar la propuesta lúdica de la novela de Julio Cortázar, publicada en 1963.
El mundo del café instantáneo, entre otras prisas, ha configurado un tipo de “lectores” inmersos en los medios de comunicación que hoy determinan las prácticas de la lectura en la era digital. En su artículo The Reading Brain in the Digital Age: the Science of Paper versus Screens, Ferris Jabr señala que el proceso de lectura en pantallas es menos profundo y la comprensión disminuye; asimismo, presenta estudios que muestran que la lectura digital es más dispersa (y difusa); por lo mismo, produce menor retención en el lector.
Ese efecto podemos constatarlo diariamente quienes damos clases a nativos digitales que se pierden todos los días en lecturas no complejas, lineales en cuanto a los significados, pero que les generan dispersión a partir de la ”expansión” a que conducen los hipervínculos y otros distractores visuales y auditivos que se imbrican en los mensajes de internet. Hemos observado que una mayoría significativa de los estudiantes actuales de educación superior presenta rasgos volátiles y limitados de concentración. Sin embargo, también percibimos una actitud voraz y abrumadora frente a la lectura, como si todos los textos se pudieran scrollear. Leen muchísimo, pero leen rápido, como si el mundo los persiguiera y al mismo tiempo quisieran engullirlo a grandes cucharadas.
Este proceso vertiginoso los sobreestimula y por ello el procesamiento de la información no cuenta con el tiempo suficiente para que sea asimilado a través de la reflexión reposada y profunda, de modo que la mayoría de los usuarios prefiere lecturas sencillas donde el torbellino de información no los complique y puedan procesar fácilmente conceptos globales. Aparentemente podríamos pensar que estas nuevas realidades agilizan la lectura crítica, pero sólo fomentan la memoria selectiva, utilitaria y a corto plazo.
Sin duda, son muchas las habilidades que el mundo digital puede generar en los lectores nacidos en la era digital, como sostiene Manuel Santos en su artículo Cognición digital y pensamiento disciplinario: “el uso sistemático y coordinado de la tecnología digital como internet puede contribuir directamente en el desarrollo de hábitos disciplinarios en los estudiantes”, pero aún es poco el trabajo académico que realizamos los docentes para promover estas posibilidades. Es necesario, como también ha demostrado Maryann Wolf, desarrollar habilidades distintivas para leer en cada uno de los formatos (aunque ella prefiere la potencialidad de los textos en papel) y por ello no se trata de satanizar los efectos del internet en los nativos digitales, sino de ofrecer alternativas en sus procesos de lectura y comprensión del mundo para que sean capaces de evaluar, discriminar y procesar críticamente los diversos tipos de textos, independientemente de su plataforma.
Rayuela, quizás, es anacrónica, pero no por sí misma, sino porque la mayoría de los lectores actuales, posiblemente, no tienen las habilidades requeridas para su exégesis, por eso prefieren textos narrativos cuya naturaleza no sea desafiante. Es verdad, sin embargo, que las habilidades o condiciones naturales del lector actual, hiper estimulado, han generado también otro tipo de textualidad más ad hoc con sus propias competencias; de ahí que sea tan importante, sobre todo en el ámbito escolar, promover el desarrollo de la lectura selectiva y crítica para que los lectores actuales tengan experiencias de lectura más gozosas y complejas.