Alfonso Reyes es una de la figuras tutelares de nuestra cultura, su legado permanece en nuestro entorno y a nosotros corresponde mantener viva esa herencia, hacerla efectiva y tangible. Una vía para enaltecer su memoria es el Premio Internacional Alfonso Reyes, creado en 1972 por la Sociedad Alfonsina Internacional con el fin de homenajear a nuestro regiomontano ilustre a través del reconocimiento de autores cuya obra ha llegado a consolidar un valor literario indiscutible. Desde entonces este galardón se ha convertido en un baluarte que enaltece lo más significativo y trascendente de la literatura internacional. Año con año la figura de Alfonso Reyes funciona como parámetro para redimensionar los más importantes aportes en el campo de la creación y la investigación literarias. Devoto de la escritura y lector consumado, Alfonso Reyes ratificó que nada humano le es ajeno a la literatura. A partir de 2002, el Premio se entrega en Monterrey, y en la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de nuestra Universidad Autónoma de Nuevo León, hogar de los libros de Reyes y espacio dedicado a la conservación y la promoción de la cultura, se devela la placa conmemorativa con el nombre de la personalidad galardonada. Respaldan este reconocimiento, además de la Sociedad Alfonsina Internacional, la Universidad Autónoma de Nuevo León, el Instituto Tecnológico de Monterrey, la Universidad de Monterrey, la Universidad Regiomontana, y el Gobierno del Estado de Nuevo León, a través del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León.
En esta ocasión, la gran poeta uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) es la recipiendaria del Premio, y nos congratulamos de esta merecida elección. Vitale ha forjado una voz única: clara y diáfana en el amplio panorama de la literatura hispanoamericana moderna. Su poesía se construye con las materias primas de la vida: las estaciones, los recuerdos, la naturaleza, las sensaciones.
La voz de Ida Vitale resuena nítida, congrega y afina diversas tradiciones poéticas que fraguan en una versificación luminosa, que escucha con la mirada. Sus imágenes nos remiten a atmósferas íntimas: alcobas, patios, jardines, callejuelas: espacios que cobran relevancia a medida que los habitamos con las palabras.
Nuestra poeta pertenece a la llamada Generación del 45, donde se agruparon intelectuales y creadores de diversa índole como los narradores Mario Arregui y Juan Carlos Onetti, los poetas Idea Vilariño y Mario Benedetti, y críticos como Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal. La del 45 fue una generación multifacética que colaboró activamente en la modernización cultural uruguaya al profesionalizar la actividad literaria a través de la creación de editoriales y suplementos culturales, como el histórico semanario Marcha. En el ámbito poético, la Generación del 45 destacó por su tono intimista y existencial (el panorama mundial en esa época, no hace falta recordarlo, era sombrío), y creció bajó la tutela de algunos autores como los españoles Juan Ramón Jiménez y José Bergamín.
En 1949, Ida Vitale publica su primer libro: La luz de esta memoria, desde entonces su actividad creadora no ha cesado. La poeta ha desarrollado su obra casi en silencio, observando y escuchando a su alrededor. Escribir y reescribir, tal parece ser el secreto de su oficio. La luz de su memoria ilumina un paisaje quieto y desolado donde florecen algunas plantas y el viento silba tranquilo, como si lo que quedara, después de todo, no fuera la Historia sino los pequeños recuerdos:
Sólo yo, vestíbulo de sombras,
asilo los despojos en mi sangre
para que tiemble como un laúd de sal
y aún sobrevivo.
Sus siguientes creaciones: Palabra dada, de 1953; Cada uno en su noche, de 1960; Paso a paso, de 1963; y Oidor andante, de 1972, registran una progresión incesante en la exploración existencial y la experimentación poética. Su poema “La palabra” define su oficio y su relación con la escritura:
Expectantes palabras,
fabulosas en sí,
promesas de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
airadas,
ariadnas.
Un breve error
las vuelve ornamentales.
Su indescriptible exactitud
nos borra.
Tras el golpe de Estado de 1973 en Uruguay, Ida Vitale experimenta la amarga tradición latinoamericana del exilio. En el poema “Exilios” se lee lo siguiente:
Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier grieta.
No hay brújula ni voces.
Llega a México en 1974 y comienza a colaborar en Vuelta, la importante revista de Octavio Paz. A partir de ese momento, Ida se vuelve un tanto mexicana y participa en la vida cultural y literaria de nuestro país con poemas, traducciones, cátedras y diversos trabajos periodísticos y literarios. De su estadía mexicana son sus obras: Jardín de sílice (1980), Fieles (1982) y Sueños de la constancia (1988).
A partir de 1989 reside en Austin, Texas, y desde esa ciudad mantiene una estrecha relación con su natal Uruguay y con su adoptivo México. Las transformaciones políticas, las mudanzas y el ineludible paso del tiempo no han detenido la laboriosidad de su escritura. Ida Vitale sigue entregándonos grandes trabajos poéticos, como Procura de lo imposible, de 1998; Trema, de 2005; o Mella y criba, de 2010.
La obra literaria de Ida Vitale ha cruzado décadas y hemisferios y forma parte de la tradición poética hispanoamericana. Su voz nos acompaña como una presencia íntima y gozosa, y a partir de hoy se convierte en una invitada distinguida de este noble recinto de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria. Con la obtención del Premio Internacional Alfonso Reyes, Ida Vitale enriquece aún más el extraordinario repertorio de creadores y obras que, al abrigo del legado alfonsino, mantiene vivo el esplendor literario y su poder transformador en la cultura.
«Alere Flammam Veritatis»
Dr. Jesús Ancer Rodríguez
Rector