Por Carlos Rutilo
Escribir en una lengua ajena a la materna siempre implica cuestionarme sobre la dimensión del laberinto en el que me ha tocado transitar, o habitar, pues hay una vasta soledad en las paredes de cada una de las palabras y al mismo tiempo pesan y se saborean de distintas formas. Hay palabras que son intraducibles mas no incomunicables y por eso mismo busco, o se busca, una aproximación al español aunque sea a través del recurso de una metáfora, pues la literatura nos da esa otra libertad para recrear el lenguaje a través de la palabra misma y las paredes de esa soledad en particular se van llenando de ese otro canto y de esa otra luz que nos permite mantener una cierta armonía con el mundo: “¿Canin káki no tochan no ueca?/¿Dónde está mi casa de lejos?”.
Quizá sea a través de esta pregunta en la cual encuentro una de las tantas razones por las que tengo una insaciable necesidad de seguir escribiendo, pues la palabra además de ser puente que comunica también es memoria. Y la memoria al ser tan enigmática como la pieza faltante de un rompecabezas también nos lleva a ensayarla, es decir, a reflexionar y a cuestionar sobre cada uno de esos detalles que nos inquieta y nos anima a buscarla en medio de este solitario laberinto que termina por ser nuestra propia identidad en el mundo.
Por esta misma razón es que encuentro valioso el aporte que se hace a la literatura que se escribe en el país a través de antologías como Xochitlajtoli / Poesía contemporánea en lenguas originarias de México (Círculo de Poesía, 2019), de cuya selección y prólogo estuvieron a cargo del poeta, narrador, traductor y académico, Martín Tonalmeyotl (1983). Este libro recoge a treinta y dos poetas de dieciséis lenguas originarias con la traducción al español de sus propios autores (con sus respectivas variantes y aproximaciones, por supuesto), en las que se destacan el náhuatl, totonaco, tsotsil, maya, mazahua, zoque, otomí, entre otras. Entre las voces más reconocidas se encuentran nombres como los de Hubert Matiúwàa (1986), Elvis Guerra (1993) y Nadia López García (1992), entre otros, quienes han ido adquiriendo protagonismo dentro el amplio panorama de la literatura mexicana de nuestro tiempo y que además de dialogar con la naturaleza y los sueños también cuestionan el entorno en el que les ha tocado habitar. Un breve ejemplo de esto lo encontraremos en el siguiente poema de Manuel Espinosa Sainos (1972):
Tamakglhtastín
Kkilatamalh kxkachikín lawan pala niksmanilh,
xaklhakgapatan klhakgat lawan luspupulu kimakgkatsika,
kiaktalamilh xtachiwin lawan akxní xaklichiwinampatán.
Xakmaxanatlipatán kintalakapstakni tsalakgolh tachiwín,
xkixapakanitá akxní kpatsalh kilatamat kxlikgalhtawakga lawan
chu akxní katsalh kinklilhtsukut naxmasipanikanitá’ (pág. 62)
Como ellos
Quise vivir en su pueblo y me sentí ausente,
quise usar su ropaje y me sentí desnudo,
quise hablar su lengua y su lengua me lapidó.
Quise escribir poemas y las palabras huyeron,
abrí su libro para buscarme y me sentí borrado,
busqué mi identidad y mi identidad sangraba. (pág. 63)
Esta antología resuena en la memoria como el canto de un pájaro, pues en cada uno de los poemas seleccionados está el testimonio y la resistencia de un conjunto de lenguas que se niegan a desaparecer, al mismo tiempo que abraza a las otras y nos ofrece imágenes entrañables e irrepetibles.