Por Guadalupe García Alcoforado
Elena Garro decía que la gente sólo muestra un lado de la realidad, de este modo, ella siempre buscaba el reverso de las cosas. Me atrevo a decir que esto es lo mismo que Eugenia Flores Soria busca en cada uno de los ensayos de Al sur de la literatura. Mi breve atlas. En él, la autora no se deja engañar por la superficie aparentemente plana ofrecida por el canon literario y renuncia a la idea de mirar hacia el norte para adentrarse en las profundidades del sur.
Cuando se mira el libro en conjunto, es fácil dejarse seducir por el bello lenguaje que lo conforma, olvidando, aunque sea por un momento, que se trata de un libro lleno de protestas y demandas: protestas por las mentiras argüidas en el imaginario como verdades, demandas para que el lector habrá los ojos y advierta el lado hacia donde no está apuntando la brújula. Sin embargo, no podemos permitirnos que el amor por la literatura con el que se llena cada página y la prosa amena e íntima nos distraigan del componente común de estos ensayos: la crítica contra los mitos que el canon nos ha impuesto.
La autora profundiza en el espíritu de aquellos poetas que encontraron la luz otorgada por la poesía en medio del dolor y la humillación. La palabra que iluminó a San Juan en medio de su noche oscura, el abandono de lo terrenal en busca de un estado más puro del alma. Olvidarse del yo, desprenderse del ego y dejarse llenar por un otro incomprensible, aquella misteriosa verdad descubierta por los poetas. Una verdad que extiende al lenguaje más allá del tiempo, el lugar y el idioma para llevarnos, como si de un puente se tratara, hacia la otra orilla mencionada por Octavio Paz. Celebra a todos esos autores que, pese a inmortalizar su dolor en las palabras, no dejaron nunca de luchar por la vida, conscientes de su destino decidieron aceptar su realidad con la poesía como escudo y lanza frente a la enfermedad y el maltrato.
Así mismo, cuestiona al discurso canónico siempre presentando, precisamente, como incuestionable, responsable del mito sobre la falta de mujeres en la historia de la humanidad. Ese mito culpable de las ideas sobre que las mujeres no podían escribir en el pasado. “La historia de las mujeres en la literatura” nos dice, “no es de unas cuantas, la historia que enseñan los libros y las escuelas, tal vez sí”. Aquellos que quisieron cuestionar el discurso oficial fueron siempre duramente criticados, a las autoras siempre se les encuentran motivos para no formar parte de la historia, lo que no ocurre con autores presentados con las mismas irregularidades. De este modo, las mujeres han tenido que escribir en secreto, nos recuerda la situación en que Virginia Woolf muestra la creación de las obras de Jane Austen, a escondidas, en la sala de su casa, teniendo que dejar la escritura para ocuparse en los quehaceres del hogar. Y alaba a quienes tenían el interés y la pasión por la literatura y la filosofía en medio de la vida que se veían obligadas a vivir, sin la educación ni la preparación de sus contemporáneos masculinos. Artistas que debieron esconderse tras el anonimato, conformarse con la transmisión oral de sus ideas, jóvenes perspicaces, conscientes de la posición que debían ocupar y que, sin embargo, decidieron no aceptar, aprovechando su escritura anónima para denunciar la hostilidad de los literatos hacia ellas.
Regresa a las grandes voces de la literatura con la visión ventajosa de aquel que observa desde la lejanía del tiempo para recuperar a los autores que se han vuelto borrosos con el paso de los años, quienes se han tornado en la sombra de su leyenda. Recuerda a los poetas malditos, a Antonieta Rivas Mercado, a Nancy Cárdenas y acusa a todos los que ponen el mito por encima de la poesía, aquellos autores que el cine lleva a la pantalla, pero cuyos versos no aparecen en las dos o más horas de película. Cuestiona el malditismo como un ideal impuesto por moda, con autores sujetos a un falso drama, bribones en busca del dinero más que de encontrar el espacio del arte. Cansada de la admiración a la leyenda, Eugenia explora a los poetas como humanos y no como, dicho con sus palabras al hablar de Borges, “figuras de bronce”. En el proceso nos muestra el lado ignorado de los artistas, los escritos que menos se publican y la otra parte de los textos dejada en el olvido cuando una cita se vuelve muy famosa. Con el tono de estarnos contando una confidencia, cada ensayo se siente íntimo, escrito con pasión por la literatura que se está tratando, la ensayista nos cuenta sus experiencias como lectora y, al hacerlo, cuestiona aquello que hemos tomado como verdades indiscutibles, buscando siempre el sur de la literatura.