Por Yliana Iruegas
Concepción Arenal, como decía Larra, «no era un árbol más en la arboleda». Vivió en un momento en la historia en el que intencionalmente se buscaba morir por algo, por un ideal, por alguien, por una causa. Morir así, arriesgándolo todo, era lo heroico. En medio de la experimentación política del siglo XIX, ella, Concepción, hija de Ángel Arenal y de la Cuesta, militar con títulos de nobleza, instruido y con frecuencia castigado por su búsqueda para crear una política liberal en contra del régimen absolutista de Fernando VI, ella, a los veintiún años de edad, se vistió de hombre y se cortó el cabello para asistir como oyente a las clases en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. Desde niña, sabía que quería ser abogada. Quizá pudo haber sido la primera mujer graduada de la universidad en España de no haber sido porque las mujeres no tenían permitido lograr un título, ni presentar exámenes. Tuvo que transgredir las viejas leyes para aprender de leyes, y poder así, crear leyes nuevas que cambiaran el mundo.
En el siglo XIX, en España, cada acto social se dedicaba a reunir pólvora, actos con propósito que se volvieron una bomba y, su explosión fue fulminante. Los liberales buscaban con muchos tropiezos la democratización. El pensamiento acerca de lo humano estaba cambiando, era diferente, era nuevo. La transformación fue profunda, fue de esencia. ¿Sería la influencia del Romanticismo la que embriagaría a Concepción Arenal? Era una de muchas otras mujeres en irrumpir en la escena de ese país tan lleno de contradicciones, de valores tradicionales y de luchas para librarse de esos prejuicios y creencias. España estaba llena de títulos nobiliarios, de militares, de gente de campo, de extranjeros, de sufragistas repletas de ideas progresistas y de gente común con ideas conservadoras que, como todos, buscaban a como diera lugar, trascender.
Arenal perdió todo. A los nueve años perdió a su padre por una enfermedad que adquirió en una de las ocasiones que estuvo encarcelado. Un año después, perdió a su hermana. Se casó con un joven abogado y escritor que murió de tuberculosis. Su matrimonio duró nueve años. En ese tiempo, también perdió a su hija mayor, tenía hidrocefalia. Se vio en la necesidad de escribir para proveer. Publicaba cuando se lo permitían. Luego, perdió a la condesa de Mina, su mejor amiga y a su hijo menor, su joven militar. El mundo era injusto, miserable y mezquino. Tanta decepción, tanta desgracia, tanta realidad, quizá eso fue lo que la hizo soñar con un mundo ideal. Quizá, estos azotes fueron los que sirvieron para que forjara un carácter implacable, superior al fracaso de mundo en el que le había tocado existir. Asistió a cátedras públicas, invisible, a conversatorios de física, de matemáticas. Presentó un escrito de siete partes acerca de Watt, de sus invenciones. La Iberia, un periódico liberal para el que escribía, justificó ante su público, la entrega de un texto tan científico escrito por una mujer. Fueron quizá estos desencantos los que la llevaron a crear un mundo en donde las ciencias sociales y la razón sacaban de su escondite las evidencias de la existencia de un mundo desgraciado, en donde habitaban los marginados, los invisibles; los olvidados. Ya sin marido, siguió publicando artículos, todos anónimos hasta que su voz rompió el silencio, su artículo “El periodista”, en donde definía una nueva especie de hombre, causó revuelo y a La Iberia no le quedó más que revelar su nombre: Concepción Arenal. La historia y las leyes ya no eran suficientes para ella. Había que comprender de raíz el “problema de la sociedad”, para poder ver quiénes estaban involucrados y quiénes eran los dolientes, los afectados, los perjudicados. Desarrolló una metodología de estudio con base en el problema social. Escribió acerca de esto con una voz masculina, en primera voz cuando era poesía y en tercera persona en plural, en nosotros, cuando eran ensayos acerca de causas sociales.
El pago por sus escritos, no era suficiente. No podía mantener a sus dos hijos. Tuvo que dejar Madrid e ir a vivir a Oviedo, bajo el cobijo de sus suegros. La Iberia publicó el último artículo de Concepción. Justificó su ausencia diciendo que, para recobrar la salud, ella se vio en la necesidad de apartarse de la corte. Volvió a perder todo. Vendió sus propiedades a los hermanos de su padre, se fue de Oviedo y alquiló una casa en Potes. Una nueva izquierda internacional amenazaba con llegar, la revolución; el proletariado. Lo único capaz de calmar esa turbulencia, quizá sería el bienestar de la clase jornalera y reducir la pobreza. Los católicos con dinero lo entendieron bien. En Potes, y gracias a las Conferencias de San Vicente de Saint Paul, ella organizó una conferencia solo para mujeres.
Arenal, leyó a Kant, a Leibniz; a Adam Smith y a Rousseau. Escribió poesía, novelas, ensayo y era jurista. Para ella, todos los seres humanos somos iguales y todos somos capaces de sentir caridad hacia los necesitados. Esas eran sus reflexiones. En sus artículos, acercaba a sus lectores por medio de sus definiciones de pobreza, de miseria y pauperismo. Los acercaba a ese mundo del que no se hablaba. Los confrontaba con esa realidad para luego llevarlos a estudiar sus causas, sus consecuencias. Gracias a su educación católica, retomaba los conceptos de caridad y filantropía para analizar los modos en los que estos males sociales se podrían apaciguar, disminuir o mitigar. Arenal era muy inteligente. Ella sabía que los problemas sociales, no se iban a acabar. También sabía que las mujeres no eran santas, sino que como cualquiera, de manera imparcial, también podían ser delincuentes, una nueva sensibilidad acerca del comportamiento de las mujeres. Las mujeres de diferente jerarquía, de jerarquía superior, a través de la máscara de la compasión y de la donación de bienes que las colocaba en una superioridad frente a personas comunes, no hacían otra cosa más que humillar al desvalido. Tal vez, gracias a las Conferencias de San Vicente de Paul, recibió una convocatoria por parte de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, un concurso en donde se trataba de definir con mayor claridad los conceptos que ella ya había definido años atrás y para los que se había estado preparando al ir a observar focos de miseria, las cárceles y los hospitales. Tal vez fueron las novelas de la época las que la hicieron ver a otras mujeres cuya culpa, indignación y admiración, dependían de las personas que las rodeaban y su clase social. Una mujer de alta sociedad, ¿por qué no siente miedo, culpa o vergüenza al estar ante los sirvientes? Arenal, buscó crear empatía entre los lectores y su objeto de investigación, los enfermos y los miserables, a través de una sensibilidad estética, una belleza que todos buscaran admirar, que no fuera física, sino de un espíritu elevado. Se convirtió en la primera mujer en ganar este concurso. A la premiación asistió vestida de hombre. Firmó su trabajo bajo el nombre de Fernando García Arenal, el nombre de su hijo de diez años, quizá para que, ante la amenaza de la impotencia de su voz, ella fuese escuchada.
Concepción Arenal Ponte, no se conformó con solo saber leer, escribir, contar, rezar, coser y cocinar. Fue abogada, jurista, ensayista, dramaturga, poeta, novelista, hija, esposa y amiga, mientras se las hallaba para alimentar, vestir y ser madre de tres. Las calles en España, Argentina y Uruguay llevan su nombre; habita los espacios, los muelles y los colegios, los eventos, los gimnasios y los auditorios, está en todas partes. Su nombre trasciende, llega hasta postrarse en el insigne Trofeo Concepción Arenal, uno de los torneos de futbol de mayor prestigio en España. Concepción Arenal Ponte, la mujer trofeo.
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2020, Concepción Arenal. La pasión humanista, 2020, ISBN 978-84-92462-69-8, págs. 51-69
2020, “Mirada etnográfica y empatía. La perspectiva de Concepción Arenal”, en Concepción Arenal. La pasión humanista. Catálogo de la exposición. Madrid, Biblioteca Nacional de España, 2020
2009, Concepción Arenal Ponte, en El Basilisco. Diccionario filosófico [Revista en línea]. Recuperado de: https://www.filosofia.org/ave/001/a328.htm