Por Eduardo Zambrano
Sebastián Salazar Bondy nació el 8 de febrero de 1924, hoy hace cien años. Su figura quizá no sea ahora muy visible en México, pero visitó en varias ocasiones nuestro país, donde publicó su controvertido libro Lima la horrible (1964), páginas donde critica la idiosincrasia limeña de la mitad del siglo XX y los rasgos excluyentes y obsesionados con el pasado colonial, en desmedro de otras etapas de la historia peruana.
Salazar Bondy, además de poeta, fue narrador, periodista y dramaturgo. Miembro de la Generación del 50, desde niño mostró inclinaciones hacia la literatura, misma que ejerció intensamente hasta su muerte prematura en 1965, pasando apenas los cuarenta años.
No recuerdo exactamente la fecha cuando su libro de poemas Todo esto es mi país (FCE 1987) llegó a mi biblioteca, quizá los comentarios de contraportada me animaron a llevarlo a casa:
Poeta del tiempo, de las cosas que se pierden en el tiempo, de los hechos cuya agua da sed porque su fuente es la amargura, Salazar Bondy habla de la ciudad y sus trampas, del amor y sus máscaras, del pasado, y se definía a sí mismo como la persona oscura.
Atendiendo precisamente a esa oscuridad, transcribo su poema “Amor entre sombra”:
No tengo, después de todo, sino un amor,
un amor que consumo a sorbos como un café
y una sombra idéntica a mí bajo el sol,
bajo el sol tibio y distante de una tarde,
y amor y sombra van juntos hasta donde puedo ir,
no muy lejos ni aprisa,
con el doliente modo de quien marcha hacia su sitio.
No tengo sino un amor, y él pasa a través de mi sombra.
En Capilla Alfonsina, además de este libro que reúne su obra poética completa, se encuentran también el ya mencionado Lima la horrible y dos plaquettes: Pantomimas, dos ensayos escénicos encaminados a devolver a la comedia ese lenguaje sutil de esa clase de representaciones; el otro lleva por título Tres confesiones, poemas publicados en Argentina en el 50, cuando el poeta y Reyes radicaron en aquel país, de ahí la dedicatoria. Para ese año, el joven Salazar Bondy, escribía lo siguiente:
Es grato oírse llamar por el nombre
y ser amigo de otros hombres y otras mujeres
cuando retornan a la ternura
de las islas en donde fueron confinados,
cada uno con su pesar, cada uno con su dicha,
cada uno ocupado con su tempestad,
alivio cada uno y sin embargo ardiente.
Es grato, por ejemplo, escuchar esa voz o ésta,
fluir sobre la mesa como un río incesante
al pie de un vado donde la caravana se detiene.
Su caudal golpea nuestro pecho, resonante,
y lo colma de espumas, ondas y reflejos,
inmateriales dones de la vida, que en secreto
alimenta su curso y se consume.
Devolver esa ofrenda, tender la mano o el corazón
– la íntima paloma que levanta el vuelo
sobre las moradas de los hombres–
nos hace más dulces, nos invita
a llevar al amigo consigo y darlo siempre a los demás
en la menor palabra de esperanza o de perdón.
Es esto lo que celebro de la amistad,
lo que me hace persona y brilla
si alguien me llama
con mi nombre.
Termino este apunte aún con el asombro de reencontrarme, muchos años después, con este poema, con este poeta y escritor que vuelve a México gracias al cálido espacio de una biblioteca, unos libros. A cien años de su nacimiento y casi sesenta de su partida, Sebastián Salazar Bondy aparece para cumplir su propia profecía, sus propias palabras:
Tarde presagia el tiempo sus sorpresas.
Tarde, ciertamente, pero en forma cabal y manteniendo viva la sorpresa, su persona, su poesía.