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Las fiestas de la luz para celebrar a un poeta

Título próximamente disponible en la Sala de Literatura

 

Las fiestas de la luz para celebrar a un poeta

 

Por Eduardo Zambrano

 

Manuel Durán (1925-2020), como muchos españoles en el exilio que llegaron a México a principio de los años cuarenta, eran jóvenes entusiastas y escritores en ciernes que empezaron a abrirse camino en la cultura mexicana.

Para 1942 Durán tenía 18 años, se establece en la Ciudad de México, donde estudia y obtiene el grado de Filosofía y Derecho en la UNAM.

 

* El impulso de la juventud

En sus primeras publicaciones de juventud destacan los siguientes títulos: Puente (s.n., 1946), Labios del presente (Hoja, 1948) y Ciutat i figures, (próleg d´Agustí Bartra, s.n., 1952).

Y luego, entre los poemarios que lo empiezan a hacer visible en México están Ciudad asediada (FCE, Tezontle, 1954), La paloma azul (FCE, Tezontle, 1959) y El lugar del hombre (UNAM, Poemas y ensayos, 1965).

Punto importante a destacar, Octavio Paz lo incorpora a las filas de los poetas que son agrupados en su emblemática antología mexicana de Poesía en movimiento (Siglo XXI Editores, 1966).

Comparto a continuación dos poemas de su libro ya referenciado Ciudad asediada, de los cuales Paz se refiere a ellos como en un ritual, un oficio de sentir con la mirada y logrados “descubrimientos”:

 

 

LA LLUVIA

 

Sólo la luz de la tarde,

el brillo celeste que cae,

loco, rendido,

corriendo hacia mí mismo,

la luz que se va de viaje, que salta

de la orilla de una nube

a la orilla blanca de la calle

con la tristeza inconsciente

de un árbol de luz que se deshoja.

 

 

LA IGLESIA VACÍA

 

En el interior – retórica de oros y marfiles –

no hay nadie. Altares y cirios anuncian

una fiesta que no ha llegado todavía,

una fiesta solemne de la que poco sabemos

Columnas y pilares multiplican

su dureza. Hay que esperar, El oro se desdobla

en reflejos bajo la mirada insistente

del cirio. Al fondo

un Cristo ensangrentado y sereno

nos hace señas con la mano para que pasemos,

para que nos sentemos en la iglesia vacía

a esperar.

Afuera los pájaros

anuncian las fiestas de la luz.

 

 

Volviendo a los comentarios que hiciera Paz en la citada antología, se nos advierte que la poesía de Durán se mueve de una observación gozosa a una mirada inquieta: “Antes veía, ahora juzga. Pero en sus mejores poemas aún perdura la limpidez de la visión”. A continuación, va un ejemplo:

 

 

EL RETRATO

 

 

Ceñido por el marco –oro y polvo hermanados,

gloria mortal desnuda, cárcel de viejos oros–

el anciano mantiene la carga del pasado

sobre su frente exangüe y su mirada fija.

 

Todo parece igual: la voz de la muchacha,

la risa de los niños, la luz estremecida,

las puertas que se cierran, las noches que se abren

al recuerdo sin tregua en que triunfa el insomnio.

 

Y sin embargo sabe que la sombra ha vencido,

que sus ojos absortos apenas ven las cosas,

que en su cárcel de oro, solitario, impotente,

seguirá condenado a mirar sin descanso

con grandes ojos grises abiertos fijamente

a un eterno presente vacío y polvoriento.

 

(La paloma azul, FCE (Tezontle), 1959)

 

 

En “Los dioses en el café“, del también ya citado libro El lugar del hombre, los versos son festivos, las imágenes se apuestan con calificativos y palabras que intentan ambientar ‘el ruido que brilla’ entre las mesas, entre los comensales, un espacio de convivencia ensordecedor y resplandeciente: “Un ojo vigilante prende su luz…y pareciera dispersarse en una divinidad que desciende a lo cotidiano:

 

 

Altas, doradas urnas en su lecho de níquel:

cafeteras sagradas que coronan estatuas,

que recorren temblores, quejidos vaporosos,

extrañas sacudidas, estertores divinos,

y al llegar el momento nos lanzan su mensaje,

su negro chorro ardiente, sus esencias de sombras.

(Un ojo vigilante prende su luz arriba,

contempla desde lo alto los ritos del teléfono.)

… la sinfonola brilla con su esplendor dorado,

su panza transparente dispersa los colores…

Su música incesante se cuaja por el aire

como un licor viscoso, como mieles antiguas,

como lenguas doradas que lamen nuestros cuerpos,

como delgadas llamas…

que queman el pasado, nos vuelven al presente;

este presente liso, vibrante, con latidos

y voces conocidas que apenas escuchamos,

con rostros familiares de pronto iluminados

por colores extraños de indudable belleza

(eléctricos azules, vibrantes buganvilias,

amarillos frutales, rojos de sangre viva).

 

 

* La etapa de madurez.

Ya muy entrados en este siglo nombres como los de Ramón Xirau y Tomás Segovia son inconfundibles y aparecieron para permanecer en nuestra memoria; sin embargo, no es el caso de Manuel Durán. ¿Qué pasó entonces con la trayectoria de este escritor catalán? Junto con otros colegas había dirigido la revista Hoja (1948-1949), no obstante, Manuel Durán i Gili cambia de residencia a los Estados Unidos (hace su Doctorado en la Universidad de Princeton) y más tarde se posiciona como director del departamento de español y portugués en la Universidad de Yale, donde obtiene la cátedra de planta y ejerce un oficio de investigación literaria hasta 1996 (cuando se jubila). Ensayos, antologías, traducciones, su labor docente, de alguna forma esta vocación marginó en parte al poeta; sin embargo, éste se proyecta todavía en México y en el plano internacional: La piedra en la mano (Alfaguara, Madrid, 1970), Cámara oscura (Antiediciones Villa Miseria, Nueva York, 1972), El lago de los signos (Joaquín Mortiz, 1978) y El tres es siempre mágico (UNAM, Cuadernos de poesía, 1981).

 

De esta etapa no pude tener a la mano ningún libro, si acaso estos versos que encontré en YouTube y que llevan por título “La piedra en la mano”:

 

 

La cojo, la sopeso, miro su piel brillante,

sus poros diminutos y las burbujas negras

que una vez fueron fuego, aliento de la tierra,

sangre de estrella tierna, de planeta inexperto.

La palma de mi mano se acostumbra a sus curvas,

a su peso ya tibio, sus arrugas y aristas.

Tiempo petrificado, materia si historia,

la piedra me resiste, serena, indiferente,

con la fuerza implacable de los seres oscuros.

Y no sabe otra cosa, no dice otro mensaje.

Sabe ser piedra, y basta. Lo sabe para siempre.

Lo demás no importa, se burla de mi mano,

de mis ojos inquietos, o quizá me desprecia

y piensa que mis gestos son esfuerzos vacíos,

que el viento los traspasa, que la emoción los turba

mientras la piedra inmóvil se cierra, se concentra,

y llegando hasta el fondo se mantiene en sí misma,

sin temores, ni anhelos, más dura que la angustia.

Y la tiro a lo lejos: su fuerza es un reproche.

 

 

*El sosiego de la edad y la vuelta a la limpidez de la visión.

En gran parte de los textos que se han transcrito líneas arriba, sobre todo en los primeros, hay una constante que pareciera ser la esencia en la poesía de Manuel Durán: la palabra ‘luz’ acompaña al poeta para contemplar al mundo; al final de un día de lluvia, en el recogimiento de un templo vacío, ante una fotografía enmarcada, entre el bullicio de un café… la luz fue tan importante para Durán que la llevó consigo también a su futuro, hacia el retirado sosiego de sus días. Para el 2011 (ya jubilado de la Universidad de Yale y con más de ochenta años), bajo el sello de Palibrio aparece un nuevo libro: El Viento del Sol, diríase una especie de voluntad recreativa o divertimentos de poesía minimalista, principalmente haikus, pero también notas como Notas acerca de este último verano:

 

 

LA GAVIOTA PERDIDA

 

Voló alto, más alto,

Aún más alto.

 

Y luego se perdió entre las nubes,

Ebria de espacio y de luz.

 

Creyendo que los cielos azules eran

Otro mar, más puro y más sereno.

 

Y no regresó jamás.

 

 

EL ENIGMA

 

Desde el fondo de este espejo

Mi doble me contempla

Con rostro severo.

 

Y no sonríe

 

Cuando yo sonrío.

 

 

VENTANA

 

Una vez más,

La ventana abre su camino,

 

Un camino de luz

Hacia espacios que se ensanchan

Y cubren de rosa y amarillo

Todos los grises y azules de la noche.

 

Y es la sorpresa diaria,

El grito de victoria

Del sol invencible,

Siempre nuestro,

Siempre puntual,

Dando vigor y esperanza

A los frutos del tiempo

Y la sangre de nuestras venas.

 

 

TARDE DE DOMINGO

 

De pronto todo el patio

Es transparencia,

Convertido

En una gran copa verde y azul

A la que vienen a beber

Vencejos y golondrinas.

En estos últimos poemas de Manuel Durán se puede decir que regresa a esa observación gozosa que le da la limpidez a la visión que aplaudiera Octavio Paz.

Al terminar este apunte también me queda la sensación de apenas haber entrevisto la trayectoria de este escritor catalán, que terminó publicando 45 libros entre ensayo crítico, propuesta de antologías y poemarios.

En el calendario, este 28 de marzo se recuerda a Manuel Durán para celebrarlo en el centenario de su natalicio. La invitación queda abierta para redescubrir sus trabajos y la claridad de su pensamiento; cierro entonces con un haiku donde el poeta se sabe parte del gran misterio de la humanidad:

 

 

No me preguntes

Dónde se esconde la luz

Cuando anochece.

 

 

Adenda.

Además de este, su último poemario, en la Biblioteca de la Capilla Alfonsina se podrán encontrar algunas de las primeras publicaciones (ya citadas) en el Fondo de Cultura Económica; igual, bajo este sello, está disponible la Antología de la revista Contemporáneos (1971) y otros títulos como Tríptico mexicano: Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Salvador Elizondo, SEP (SepSetentas, #81), 1973.

 

En la biblioteca virtual Cervantes (www.cervantesvirtual.com) se encuentran también algunos documentos de su labor ensayística.

 

 

 

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