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La entrañable arquitectura en la memoria de Joan Margarit

 

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La entrañable arquitectura en la memoria de Joan Margarit

 

Por Eduardo Zambrano

 

Este próximo 11 de mayo se celebrará el nacimiento del poeta y arquitecto Joan Margarit, que naciera en 1938 en Sanahuja, en la comarca de la Segarra, durante la guerra civil española.

Dada que su entrada al mundo literario se da hasta cerca de los cuarenta años, su obra se margina de las antologías y no se hace visible en estas latitudes sino hasta el 2013, cundo a la par de José Emilio Pacheco, es reconocido con el Premio Poetas del Mundo Latino en México.

Como arquitecto, fue catedrático de la Universidad Politécnica de Cataluña (Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona) y participó en la construcción de la Sagrada Familia. Como poeta y escritor se consagra plenamente en el 2019, al haber obtenido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana como el Premio Cervantes, alcanzando también la cumbre literaria de esta manera.

Con estos reconocimientos se ha valorado la obra de Joan Margarit, por su capacidad de enriquecer tanto la lengua española como la lengua catalana, y apuntan que “representa la pluralidad de la cultura peninsular en una dimensión universal de gran maestría”. En efecto, en la trayectoria del escritor siempre se entreveraron la lengua catalana y el castellano; pero él mismo enfatiza lo siguiente: “no hay ningún gran poeta que no escriba primero en la materna”.

 

 

DIGNIDAD

 

Si la desesperanza

tiene el poder de una certeza lógica

y la envidia un horario tan secreto

como un tren militar,

estamos ya perdidos.

Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié.

Él no tiene la culpa de su fuerza

y menos todavía de mi debilidad.

El ayer fue una lengua bien trabada

para pensar, pactar, soñar

y que ya nadie habla: un subconsciente

de pérdida y codicia

donde suenan bellísimas canciones.

El presente es la lengua de las calles,

maltratada y espuria, que se agarra

como hiedra a las ruinas de la historia.

La lengua en la que escribo.

También es una lengua bien trabada

para pensar, pactar. Para soñar.

Y las viejas canciones

se salvarán.

 

 

En 1975 (hace cincuenta años) Joan Margarit inicia oficialmente su camino literario con el poemario Crónica, bajo los auspicios de Barral Editores. Como era de esperarse, por el mismo título, estos poemas son de corte narrativo; pero son llevados con un oído atento y con imágenes poéticas cargadas de una humanidad que, con el tiempo y las experiencias, se irían potenciando.

En estas crónicas aparece la infancia con la lucidez de quien conserva el dolor y ha aprendido a convivir con él:

 

Terminada la guerra,

el saco familiar de historias tristes

se abría en cada casa: personajes

que para aquellos niños fueron sólo

un nombre, un dolor vago en los retratos

explicados en tardes de domingo

sin luz eléctrica, que se morían

oscurecidas como un gran desván.

 

(de su poema “Últimos ecos”)

 

 

A saber de la crítica en el ámbito catalán, Joan Margarit se hace visible en 1985 con el Premio Carles Riba de Poesía, mismo que se sustentó con el poemario Mar d’hivern, publicado un año después en Barcelona en la Editorial Proa.

Sin embargo, es hasta 1999 cuando a través del sello de Hiperión, y en edición bilingüe, entra de lleno y con paso firme en la literatura castellana. En Estació de França (Estación de Francia) se leen poemas tan memorables como este:

 

A LA DERIVA

 

Quedaba el tren vacío en la Estación de Francia.

También era el final para nosotros.

En una papelera rosas rojas:

alguien que no llegó

y alguien que abandonó sus esperanzas.

Al pasar junto a ellas me dijiste:

Construyendo salvamos el recuerdo.

Las convertí en un símbolo.

Pensé que todo aquello que dejábamos

—como aquel ramo en la dudosa luz

de la Estación de Francia—

quedaría en quién sabe qué memoria.

Construimos, me decías, para nunca perdernos.

Y puede que la pérdida sea lo que nos salve

en el desconocido recuerdo de los otros.

 

 

Desde sus inicios, pero acentuándose en la madurez, es de notar el contraste entre la dureza de las imágenes, de los recuerdos, con un dejo de ternura en la voz que conmueve, y que se vuelve un refugio para todos los que se saben a la intemperie, en la pérdida. Margarit supo construir un espacio poético no exento de materiales (lugares) comunes, sino de saber utilizarlos con sobriedad y equilibrio, tanto así que se refería a “La indignidad de exagerar recuerdoso algo todavía más complicado: aprender de la vida (madurar) sin dejar de intimar con nuestras angustias y temores: “Ya no puedo jugar / como cuando era un niño, con el miedo…

En Un asombroso invierno (Visor Libros, 2017), el poeta toma la palabra en el epílogo del libro y no duda en manifestar que ciertamente hubo condiciones (personalísimas) que lo marcaron; pero que no fueron precisamente éstas lo que le hicieron poeta, y aclara lo siguiente:

 

Todo ello puede haber influido en los poemas de este libro, pero no ha hecho que cambie mi voz. La poesía se escribe sólo desde el interior del poeta. La voz propia -incluso lo que llamamos en el sentido más profundo, el estilo- no se elige, forma parte de lo que estrictamente somos. Cada poeta la alcanza buscando en su interior el material básico, seguramente creado durante la infancia y oculto después -a veces para siempre- durante la adolescencia y la primera juventud, y sobre el cual la vida va amontonando, además, el largo aprendizaje del uso de los lugares comunes.”

 

Con el paso del tiempo se han renovado las ediciones para presentar toda la obra de este gran poeta catalán en las que se han incorporado los más recientes títulos que el poeta publicó hasta antes de su fallecimiento, en 2021. Asimismo, en la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria se tiene para consulta la antología titulada como Todos los poemas (1975-2012) (Editorial Planeta / Austral 2015). En este impresionante volumen Joan Margarit se manifiesta en alrededor de una docena de títulos, poemarios escritos tanto en catalán como en castellano. Además de la socorrida temática amorosa, o la del paso del tiempo, están los versos que gravitan alrededor de la presencia de Joana (su hija enferma) o de la levedad de la música, el encanto y desencanto de la memoria, el mar, el mismo oficio de la escritura poética.

En los últimos años de su vida aparecen Un asombroso invierno y Animal de bosque (Visor Libros, 2021). En estos dos libros todo parece girar hasta consumirse alrededor de la despedida, con el asombro doloroso de pensarse dentro y fuera de este mundo:

 

Ha llegado un momento en el que necesito

imaginar aquello que no sucederá.

 

Pero de vuelta a la vastedad de su obra, de sus construcciones poéticas, la selección de textos que se ofrece en seguida, son apenas unos gestos del semblante y la entrañable maestría (que le viene de las entrañas) de Joan Margarit:

 

 

MUJER DE PRIMAVERA

 

Detrás de las palabras solo te tengo a ti.

Triste quien no ha perdido

por amor una casa.

Triste el que muere

con un aura de respeto y prestigio.

Me importa lo que sucede en la noche

estrellada de un verso.

 

 

CORAJE

 

La guerra ha terminado, pero la paz no llega.

La tarde cae ruda y silenciosa.

Miro a mi abuela —tengo cuatro años—

mientras mea de pie junto al camino

con las piernas abiertas debajo de la falda.

Siempre que lo recuerdo, vuelve el chorro,

poderoso, a caer contra la tierra.

Fue ella quien me enseñó que el amor es

claridad y dureza al mismo tiempo,

que sin coraje nadie puede amar.

No era literatura: no sabía leer.

 

 

COSAS EN COMÚN

 

Habernos conocido

un otoño en un tren que iba vacío.

La radiante y aunque cruel promesa del deseo.

La cicatriz de la melancolía

y un viejo afecto por los motivos del lobo.

La luna que acompaña al tren nocturno

Barcelona-París.

Un cuchillo de luz para los crímenes

que por amor se acaban cometiendo.

La voz del mar, que siempre te revela

dónde estoy, porque es nuestro confidente.

Los poemas, que no son cartas anónimas

escritas desde donde no imaginas

a la misma muchacha que un otoño

conocí en aquel tren que iba vacío.

 

 

NO HAY MILAGROS

 

Llovía con desidia.

Diecinueve de octubre, las nueve de la noche.

Joana iba asustada hacia el quirófano

rodeada por nosotros, que quedamos

en la salita mal iluminada junto a los ascensores.

Dicen que en un intento

de salvarse le dijo te quiero al cirujano.

Creíamos que un hada podría devolvernos

la Joana tranquila, la de siempre,

con sus confiados ojos centelleantes.

A las once mirábamos

las gotas de la lluvia en el cristal

como si resbalaran por la noche.

La noche era una hora de guadaña.

 

 

MÚSICA DE CÁMARA

 

En una sala de conciertos,

al terminar la pieza, y cuando aún la siento

familiar, y a la vez, tan lejana,

hay algunos instantes, sólo míos,

donde el silencio importa.

Pero miles de manos comienzan a aplaudir,

incluso hay algún grito.

De pronto es como haber caído en una trampa.

 

Prefiero estar aquí, en la pequeña sala.

Un violoncelo, un piano, unos amigos.

Que avance lentamente una sonata

mientras en la ventana se oscurece la tarde.

Me resulta difícil escuchar

entre una multitud. Suelo extraviarme

dentro del propio bosque de nostalgias.

Por esto tantos siglos no han podido

borrar su nombre: música de cámara.

 

 

AMADA REGINA

 

En todas las ciudades buscó siempre

un hotel que llevara el nombre de ella.

El Regina de Roma y su fachada

severa, de sillares de granito fascista.

El Regina de Londres, frente a un parque

tristísimo al crepúsculo. El Regina

con las piedras negruzcas de Bruselas.

El cálido Regina de París,

junto al «quai» solitario de barcazas.

El Regina y su zócalo de moho

lamido por las aguas oscuras de Venecia.

Cuando ella murió y él ya no viajaba,

el último Regina lo acogió en Barcelona

el ruidoso centro con la delicadeza

de su alta y elegante marquesina

de hierro y de cristal en la calle Bergara.

Regina amada, hoteles y mujer:

los negros bultos cuando ya oscurece,

la caldera encendida, las luces de tu nombre,

hoy violento de tanta soledad.

Ciudades que están llenas de imprevistas

referencias de amor.

 

 

No tengo nada más que agregar, si acaso hacer énfasis en otro distintivo en la poesía de Joan Margarit: su poder aforístico que de pronto surge de entre sus versos y nos golpea, o nos reconforta; pues no se trata de un destello de ingenio, sino de una verdad (la suya) que nos alcanza a quemar con su sabiduría de hombre cotidiano, pero también de hombre de palabras:

 

El motivo no importa.

Hay que buscar entre los restos

lo que ha sobrevivido.

………….

El apego a la vida se acaba mucho antes

de lo que suelen suponer los jóvenes.

…………

De cada edad se guarda alguna cosa

que no se ha comprendido.

………….

Se pagan caros los intentos

de destruir el dolor, porque también

está el amor ahí.

………..

Nos aterrorizaba que el destino viniera

y no supiéramos reconocerlo.

………………

Hoy sobre las palabras

se va posando ya la soledad.

……………….

Llega el olvido tranquilizador.

Y vuelve, siempre vuelve, la alegría.

 

 

Aun desde las sombras, ahora que Joan Margarit se cumple cabalmente en un año más de vida, leerlo o volverlo a leer será siempre un motivo, un impostergable pretexto para acompañarlo en esa vuelta inesperada a la alegría.

 

 

 

 

 

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