
Imagen tomada de Editorial Anagrama.
La cuarta vía: matemáticas y mística en Un verdor terrible
Por Azael Contreras
La mística, como la ciencia, es una búsqueda de lo absoluto. Ambas comparten ese anhelo por trascender los límites de lo conocido, ya sea a través de la contemplación de lo divino o de la exploración de las leyes que rigen el cosmos. Pero ambas, también, chocan contra el muro de lo inefable: el místico calla porque las palabras no alcanzan para describir su experiencia; el científico calla porque las ecuaciones no logran capturar la totalidad del misterio. En ese silencio, en esa oscuridad, es donde quizás se encuentre la verdad más profunda.
Para entender mejor esta comparación, basta con adentrarse en Un verdor terrible, novela del chileno Benjamín Labatut. En ella, Labatut relata las vidas de científicos y matemáticos que, en su búsqueda desesperada por desentrañar los secretos del universo, se enfrentan a un abismo de incertidumbre y fascinación. Figuras como Heisenberg, Haber, Schwarzschild y Grothendieck no son retratados como héroes del conocimiento, sino como peregrinos que, al rozar los límites de lo comprensible, se encuentran con algo que los supera.
No puedo evitar romper un poco la seriedad para decir que leer este libro fue alucinante, maravilloso, una experiencia casi erótica, casi mística. Puede ser porque apela a algunos de los temas e intereses que detonan aspectos de mi propia experiencia subjetiva, pero es más que eso. Tomaré como ejemplo a uno de los personajes: Alexander Grothendieck, matemático apátrida que revolucionó la comprensión de la realidad a través de sus investigaciones matemáticas en la segunda mitad del siglo XX.
Grothendieck fue uno de esos genios adelantados a su tiempo. Sus formulaciones matemáticas estaban fuera del lenguaje conocido por los más grandes expertos. En pluma de Labatut incluso dice que “quien quiera llegar a entenderlo, debe olvidar todo lo que sabe de matemáticas y la forma en que se cree que funcionan”. En algún momento de sus investigaciones, alcanzó a atisbar lo que él llamó “el corazón del corazón”, yo lo traduzco como el código de la Matrix:
“«Lo que me estimula no es la ambición ni el afán de poder. Es la percepción aguda de algo grande, muy real y muy delicado a la vez.» Grothendieck continuó empujando la abstracción hacia límites cada vez más extremos. No alcanzaba a conquistar un territorio cuando ya se preparaba a expandir sus fronteras. La cima de sus investigaciones fue el concepto de motivo: un haz de luz capaz de alumbrar todas las encarnaciones posibles de un objeto matemático. «El corazón del corazón», llamó a esa entidad ubicada en el epicentro del universo matemático, de la cual no conocemos salvo sus más lejanos destellos.
Incluso sus colaboradores más cercanos consideraron que había ido demasiado lejos. Grothendieck quería atrapar el sol en una mano, desenterrar la raíz secreta capaz de unir innumerables teorías sin ninguna relación aparente. Le dijeron que era un proyecto imposible, más parecido a los delirios de un megalómano que a un programa de investigación científica. Alexander no escuchó. De tanto ahondar en los fundamentos, su mente había tropezado con el abismo.”
Podemos especular si Grothendieck vislumbró algo tan inmenso que escapaba incluso a la imaginación más prodigiosa, o si, por el contrario, su mente terminó atrapada en un laberinto del que ya no pudo salir y lo que siguió a este momento fueron desvaríos de una mente en decadencia. Lo que sí nos cuenta Labatut es que Grothendieck renunció a las matemáticas, se mudó a un pueblo pequeño, hizo de su casa una comuna anarquista y dedicó todo su tiempo al cuidado de la naturaleza. Las últimas conferencias que dio fueron con la condición de que le permitieran hablar de ecologismo y pacifismo a la par que de matemáticas. En algún momento, nos dice Labatut, llegó a decir que lo que había descubierto era algo tan grande que la supervivencia de la especie humana corría un peligro inmenso si él lo comunicaba: “los átomos que despedazaron Hiroshima y Nagasaki no fueron separados por los dedos grasientos de un general, sino por un grupo de físicos armados con un puñado de ecuaciones”.
Encontré Un verdor terrible en la sección de divulgación científica de la librería Gandhi, y aunque su narrativa se nutre de hechos reales, es importante recordar que se trata de ficción. El Grothendieck real y el ficcional tienen diferencias significativas: Labatut toma libertades creativas para explorar no solo la mente del matemático, sino también su alma, su obsesión y su eventual retiro del mundo académico, convirtiéndolo en una figura casi mítica. Esta ficcionalización, lejos de restarle valor, añade una capa de profundidad que nos permite reflexionar sobre la relación entre el genio, la locura y lo inefable.
Ahora, ¿qué tenía que ver la mística en todo esto? En el libro encontramos la historia de otros científicos de gran relevancia, cuyas investigaciones tuvieron resultados magníficos y catastróficos: Haber, Schwarzschild , Heisenberg, Schrodinger; y lo que todos tienen en común es un momento en que experimentan una especie de arrebato, un trance intelectual que los sumerge en un éxtasis matemático en el que logran llegar al punto clave de su investigación. Llámese Dios o el corazón del corazón, estamos ante un instante climático en el que alguien vislumbra lo absolutamente heterogéneo y, al no poder expresarlo de otro modo, recurre a metáforas, alegorías o un lenguaje privado que escapa a la comprensión común. Estamos ante algo que trasciende los límites del conocimiento racional. Así, en el umbral entre conocimiento y delirio, entre ciencia y mística, Labatut nos recuerda que, a veces, la búsqueda de la verdad es también un descenso al abismo.
Referencias
Labatut, B. (2020). Un verdor terrible. Barcelona: Editorial Anagrama.