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La cortina metálica

Fotografía de Roberto García

La cortina metálica

 

Por Roberto García

 

El semáforo descompuesto emana una tenue luz amarilla parpadeante que golpea su cara y al mismo tiempo lo mantiene en un estado de alerta. Salió de juerga el fin de semana hacia los bares del centro; desgraciadamente ya no pudo volver a casa. Se encuentra sin dinero. El camino de vuelta es largo y peligroso. Cuenta con veinte pesos, un marcador permanente, sus llaves y un celular con la batería descargada. Está sentado frente a la entrada del metro esperando a que suban la cortina de metal. Añora pagar el boleto, recorrer el andén y abordar el vagón que lo lleve de vuelta a su inmunda realidad.

¿Qué carajo estoy haciendo aquí? Debí hacerle caso a Baladí: tomar la última media y correr hacia el metro antes de que cerrara sus puertas a la media noche. Siempre te pasa lo mismo. No te puedes controlar, con una gota de alcohol que pruebas ya no hay vuelta atrás, este caso ya debería estar en revisión. Veamos, todo luce espeluznante, pero al menos no hay borrachos por la calle. Pasan muchos autos sospechosos y hay mujeres de la vida galante en algunas esquinas, aunque no te hacen caso, es hora de movernos a echar una meada por atrás de la estación, total, estos lares son tierra de nadie después de las diez de la noche.

La noche es fría e indiferente. El viento sacude su cuerpo. Los postes magullados de la avenida Colón parecen moverse con la música de las cantinas que siguen abiertas. Casi no hay árboles ni camellones verdes, todo es cemento: edificios viejos con propaganda política y aceras destruidas. La zona luce tapizada de basura, colillas de cigarrillo y latas de cerveza vacías por doquier. Los gatos buscan restos de comida mientras un pequeño río de aguas turbias surca la acera y baja hacia la calle donde se acumula con otros desechos. Se percibe un fuerte olor a drenaje en el ambiente. Sin embargo, esto es normal en la zona centro de la ciudad.

Cuauhtémoc luce bien, aunque Pino Suárez no está nada mal, si tan solo tuviera una moneda, bueno, es igual. Aquella parada de camión luce bien, tiene propaganda que me vuelve invisible para orinar, y aunque es color blanco, es perfecta para pintar. Hay que ver lo bien que se siente después de vaciar el alma en la vía pública, y este mupi me ayudará a quitarme lo aburrido: unas buenas letras y una caricatura le darán el toque por la mañana. Espero que a los primeros transeúntes les guste, a fin de cuentas, soy un chico bueno que perdió un poco el camino. Solo debo bajarle a la cerveza, encontrar un trabajo, rentar un cuartito de mil a la semana y listo. Es fácil, a partir de hoy inicio de cero, arrancando otra vez.

Dos policías aceleraron la patrulla por la avenida Cuauhtémoc en busca de una cena nocturna hasta que vieron a un joven borracho que se levantaba la cremallera del pantalón con una mano y con la otra vandalizaba una parada de camión. Prendieron la torreta, persiguieron al joven que empezó a correr en dirección contraria mientras se lamentaban de su mala suerte. Lo atraparon enseguida, notaron su fuerte estado de ebriedad en lo que tomaban sus muñecas para esposarlo, iba a ser una larga noche para todos.

Este sí que no me lo esperaba, a ver, que nunca me habían agarrado ni una sola vez, bueno, supongo que sí me estaba excediendo en libertades. De perdido se portaron amables y no me golpearon, no poner resistencia fue la clave, Dios, debo trotar algunos días a la semana. Las esposas están muy apretadas, me duelen los pies y me duele la cabeza, pero al menos la vejiga aguanta unas horas, sería el colmo hacerme arriba de la unidad, ahí me dan la sentencia de una vez. ¿Querías un cambio en tu vida? Esto es el clavo final.

-Lo siento hijo, te agarramos en la mera acción y ni cómo hacernos a un lado, ya tenemos cámara en la unidad que nos dice todo y nos vigila, cuestiones de exterminar la corrupción y esas cosas, las promesas de siempre. -Dijo el policía que no iba manejando.

-No se apure, jefe, en lo que a mí respecta cometí un delito y debo ser castigado, ni más ni menos. ¿No puede hacerme el favor? Solo fue una faltita administrativa, no le hice daño a nadie, bájeme aquí y le juro que me quedo afuera de una tienda de conveniencia en lo que pasan los camiones, ya no falta mucho.

-Estás oyendo y no oyes, ¿andas hasta las chanclas, verdad? -Dijo el policía que iba manejando.

-Qué andas haciendo en este lugar, idiota, uno como tú debería estar con la novia de fiesta, te iba a preguntar a qué te dedicas y cuántos años tienes; pero al rato me entero, carajo, sí que tengo hambre, no sé qué le ves de divertido a estas calles tétricas. Tienen algo de encanto, no te lo voy a negar, por aquí tomaba con un amigo con el que jalaba de guardia de seguridad y nos íbamos al Encanto o al Almuerzo desnudo a echar caguamas hasta que se nos olvidara la friega del día. -Dijo el policía que no iba manejando.

-Perdí el rumbo, me sentía vacío y desanimado, uno acaba haciendo estas tonterías para sentirse vivo, uno con la ciudad, algo de adrenalina no hace daño, supongo que se me pasaron las copas, la plática estaba buena con el señor que tenía al costado en la barra y ni me di cuenta del tiempo, me sonsacaron y me hicieron pagar más cebada, ellos también se sentían solos y no querían llegar a casa todavía, hay tipos que le pagan la fiesta a otros por la tremenda soledad que cargan, te das cuenta observando sus rostros.

-Te chamaquearon, estúpido, te manipularon para que les pagaras todo el show, hay muchos que aplican esa para seguir bebiendo, no son tus amigos ni mucho menos, hasta los que son tus camaradas te la deben hacer cada fin de semana. -Dijo el policía que iba manejando.

Me quedé callado durante el resto del camino, en parte tenía razón, claro que me doy cuenta, total, una de cal por otra de arena, hay veces donde sí me pagan unos cacahuates al menos. Llegamos a la comisaría, me quitaron solamente mis veinte pesos y el marcador. Me esposaron a un tubo metálico en posición horizontal empotrado a la pared que estaba unos treinta centímetros arriba de una banca de concreto que abarcaba todo el pasillo donde yacían sentados los detenidos de esa noche. Pasaban a los prisioneros uno por uno, anotaban sus datos, les tomaban la clásica foto de frente y de costado. Maté el tiempo platicando con el tipo que tenía a mi derecha, me dijo que agarró a golpes a un amigo que le debía dinero. Noté que su pie estaba morado y sangrando, puede que le hayan dejado caer algo pesado. Imaginé lo que pudo haber sido, en lo que mi turno para ser procesado llegaba.

Fui de los últimos en esperar turno, alrededor de dos horas. El oficial que me detuvo llenaba una hoja, estaba sentado en un banco con pupitre, recordé los tiempos de cuando tenía toda la vida por delante. Me tomaron mis datos y las fotografías, unas oficiales que me custodiaban me preguntaron por qué hacía eso, si no parecía tan tonto, estaban convencidas de que podía lograr algo. Al terminar me pasaron a un cuarto con un soldado, me inspeccionó de pies a cabeza y me hizo las mismas preguntas, luego con un hombre formal tras un escritorio, me dijo que cometí desacato y me dictó el monto exacto de mi fianza para no pasar las treinta y seis horas encarcelado. No podía pagar en el momento y me llevaron a mi círculo del infierno.

Me quitaron mis pertenencias, el cinto y las cintas de mis tenis. Me pasaron a las celdas, caminé por una escalera que subía en forma rectangular hasta llegar a una especie de recepción donde vigilan a los detenidos. Parecía una bodega, había muchas habitaciones en las orillas, se podía ver todo a través de los barrotes, todos estaban dormidos, debían de ser como las tres de la madrugada. Hice mi llamada de ley y no contestó mi padre, no quería preocupar a mamá, aposté por Baladí, el guardia se apiadó de mí al dejarme llamar de nuevo. Me dijo que se tardaría en conseguir lo de la fianza pero que no entrara en pánico, tenía razón, no había nada que hacer. En ese momento desee estar en casa, leyendo o haciendo lo que fuera.

Todo lo que veían mis ojos era un gigantesco cuarto gris, las ventanas acariciaban el techo, eran diminutas, debías saltar y agarrar fuerte sus barrotes para ver el exterior. Había un bebedero metálico donde para mi sorpresa el agua salía fría. El baño tenía una pequeña pared con forma de triángulo escaleno donde si orinabas era la gloria, para lo otro mejor ni mencionarlo. Mis compañeros yacían dormidos, solo se levantaron cuando entré. Prácticamente no tienes nada para entretenerte, salvo platicar con los reos y apreciar la vista del recinto a través de las barras. Opté por seguir la corriente, acto seguido busqué un espacio libre entre todo ese piso de concreto. Me quité los tenis y los puse debajo de mi cabeza como si fueran una delicada almohada llena de plumas de ganso que anidaba en alguna región fría durante el verano.

Maldito insomnio, el sueño no me llega, aunque esté muy cansado y la borrachera ya parece cruda, la cabeza me da vueltas. El piso está muy frío, la mayoría ronca desenfrenadamente. El tiempo pasa extremadamente lento, estos minutos parecen horas. La adrenalina bajó, soy consciente de todo lo que acaba de pasar. Me siento raro, me tengo lástima, aparecen lágrimas en mis ojos. Pienso en mis padres y en cuánto los amo. Intento evocar mi infancia, mis días de universidad, cuando era feliz. No estoy contento con mi vida, no tengo nada, pierdo a mis amigos poco a poco, mi novia me dejó y no tengo trabajo. Al fin me doy cuenta que no estoy bien, analizo mis acciones y busco soluciones. ¿Cuándo fue que me salí del camino correcto? El malo soy yo, siempre fui la causa de mis desgracias. Nunca le echaste ganas a la vida, siempre el mínimo esfuerzo, por eso todos te abandonan y eres una carga, no eres nada.

Logré dormir unas horas, todo está claro. La mayoría sigue roncando. Pensándolo bien, no tengo toda la culpa, todos ellos tampoco son perfectos. Carajo, te queda tiempo, campeón. No te apures, saliendo serás el rey de siempre, pero pulido: harás ejercicio todos los días, buscarás trabajo a partir de hoy, arreglarás las cosas con la familia. Ya lo verás, todo es cuestión de disciplina y de mantenerse enfocado, sin antidepresivos porque luego duermes todo el día, es cuestión mental, dejarás la bebida y las malas amistades, esta era la señal, la razón para dejar de ser un fracasado, todo está calculado, el cielo es el límite . . .

Baladí llega en su auto por la tarde. Dante sale del edificio despeinado, lleva las cintas de sus tenis en el cuello a modo de collar. Llegan a casa de Baladí y lo primero que hacen es abrir un par de cervezas, ambos beben la primera ronda de un sopetón, la segunda en calma.  La barra de la cocina aguanta en su mísera superficie cuatro líneas blancas de diez centímetros cada una, apenas duran unos segundos junto al polvo y residuos de tabaco al ser esnifadas. La música empieza a sonar, se encienden dos cigarrillos. Dante empieza a llorar, para su suerte, la débil luz de la bombilla en el techo hace que su cara se pierda entre la oscuridad.

 

 

 

 

 

 

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