Gyrus
Por María Fernanda Ramos
The whole universe is based on rhythms.
Everything happens in circles, in spirals.
John Hartford
Cuando vi por primera vez las imágenes de Uzumaki de Junji Ito, me pareció que los espirales imponían una sensación de angustia: aunque los dibujos eran estáticos, daban la impresión de contener movimiento; el aspecto en blanco y negro, y la amplitud y estrechez de los círculos agudizaban esta sensación. Tal vez el sentimiento que tuve inicialmente se debía a una reflexión en la que no había reparado antes: los giros estaban presentes en todos lados, de alguna u otra manera se habían encargado de establecerse no solo en lugares específicos de la naturaleza o el tiempo, sino en el transcurso de nuestras experiencias.
Como si dentro de la mente hubiesen puesto a rotar el tótem de Cobb, mi memoria giró en experiencias distintas hasta detenerse en 7 recuerdos espirales:
- En ballet, uno de los movimientos más difíciles es el fouetté: la bailarina apoya una pierna para girar sobre su propio eje, la otra pierna se desplaza hacia fuera y hacia adentro al mismo tiempo que abre y cierra los brazos. La maestra decía que para girar la cabeza sin marearnos debíamos concentrarnos en un punto fijo y observarlo en todo momento.
- Saber cómo funciona un tocadiscos por primera vez es una experiencia que se encaja como aguja en el vinilo de la memoria. Lo más interesante del recuerdo es presenciar giros ininterrumpidos que producen música, pero pareciera que la música apenas es un adorno en el performance de ese disco que busca ser observado: aunque el álbum llegue a su fin, el vinilo continúa su giro una y otra vez. Me gustaba reproducir cualquier CD en las grabadoras. Una de las imágenes que más me agradaban era el instante antes de sacar el disco para poner otro. El CD giraba rápidamente y después alentaba sus vueltas: yo esperaba la detención de esos espirales para ver los colores aproximarse. La velocidad ocultaba los colores y el detenimiento los exponía, al final me gustaba leer el nombre del artista girando lentamente hasta detenerse.
- En Largo viaje hacia la noche hay una escena amarga: un actor interpreta a un chico que come una manzana mientras llora. La toma dura más de dos minutos. Y cuando el espectador piensa que tiraría el sobrante de la fruta, sucede un detalle inesperado: el chico no deja ningún residuo. Come el tallo, junto con las semillas —es la primera vez que soy consciente de que, para comer una manzana completa, tenemos que girarla: rotarla las veces que sean necesarias hasta que lleguemos a su centro—. El chico lloró y comió, combinó dos actividades extrañas en conjunto que tuvieron como resultado una ausencia: ya no hay manzana ni lágrimas.
- [3.14] El maestro de matemáticas anota el número pi en el pizarrón. Trazo un círculo con un compás para dibujar un diámetro. Vuelvo a trazar el círculo porque no ha quedado bien. Observo el agujero que perforó sutilmente la hoja cuadriculada de mi libreta en el centro del círculo, justo en la intersección donde se cruzan las líneas para formar los cuadros [mientras pensaba en esta memoria, imaginé que me hubiese gustado poner más atención a esta clase, tal vez hubiese tenido un gusto temprano por la geometría si escuchaba atentamente la explicación del maestro, seguramente los datos que compartía eran interesantes]. El profesor sigue haciendo anotaciones en el pizarrón, pero apenas un grupo pequeño lo escucha. Yo continúo mirando la perforación del compás, lo tomo de nuevo para ampliar el agujero y remarcar el círculo [si pudiera dar un giro inverso en el tiempo para llegar a ese momento, tal vez le diría al profesor que dentro de algunos años declararán el día 14 de marzo como “El Día de Pi”, por llevar la cifra 3.14].
- Desperté de una pesadilla en la que un tornado se aproximaba a mi casa. El miedo que sentía en el sueño no era porque quienes estábamos presentes estuviéramos en peligro de muerte, sino por el espiral abrumador que se acercaba: la violencia del viento y la anchura del tornado que cada vez se hacía mayor, era tan insoportable que mucha gente comenzó a llorar. A pesar de que el escenario era un escándalo, las personas no podían moverse, ni podían dejar de mirar el tornado. Había algo hipnótico en esos giros grises y, al mismo tiempo, era como si las personas dentro de la pesadilla hubiesen esperado ese momento para absorberse en ese vórtice.
- Una polilla vuela alrededor de un foco en la casa de mi abuela. La polilla parece desorientada, gira sin órbita. Se aleja del foco, camina un poco sobre el techo, pero regresa para rondar de nuevo alrededor de la luz. En ese momento pienso que la polilla es una traslación moderna de Ícaro que se ha fusionado con Gregorio Samsa: cuando Poli se despertó una noche después de una pesadilla, se encontró atrapada en el cuerpo de un insecto con alas. Sintió la necesidad de acercarse al sol para escapar de su cárcel, pero no sabía que había una falsedad tras esa luz: era una bombilla con apariencia de sol. Desorientada, su único remedio fue girar alrededor de ese engaño lumínico y esperará durante la noche —como si fuese una mujer de la antigüedad— la llegada de su esposo con una lámpara de aceite.
- Hace no mucho tiempo, descubrí el concepto de dorodango: un juego tradicional japonés que consiste en formar una esfera de barro y pulirla —solamente con las manos—, hasta que esté lo más brillante posible. Me pareció que este pasatiempo era verdaderamente original y, además, remontaba a lo primitivo de utilizar las manos como herramienta para transformar un elemento de la naturaleza. Agua y tierra mezclándose entre dos manos. Una esfera girando y aplastándose a voluntad de quien eligió jugar; y al final, la esfera que más brille gana. Estas reflexiones me llevaron a otras más distantes: haber observado una pelota de arcilla convertida en algo que puede pulirse y hacerse brillante, me hizo pensar en las estrellas. En los astros que parecen esferas y que brillan —dorodangos del cielo—. En mi contexto, mirar las estrellas ha dejado de ser una imagen romantizada. En Monterrey, apenas son visibles pocas constelaciones, como el cinturón de Orión. Las demás estrellas quedan a la espera de ser vistas desde otros ángulos, en otras regiones. Los recuerdos que tengo de un cielo estrellado están en otros lugares, donde las noches son frescas y muy silenciosas a pesar del sonido de los insectos. Ahí, en un lugar en el que no habito, he visto el cielo más vasto, con una noche que refleja un cúmulo de radiación a millones de años luz. Ahí, en un tiempo en el que no habito, la noche de la Tierra, desde el punto de vista de las estrellas, sería apenas un atisbo de lejanía entre tantas fusiones y giros de átomos sucediendo en el núcleo de cada astro.
- En la primaria, cuando tuvimos una clase relacionada al sistema solar, recuerdo que hubo una impresión por parte de la mayoría de mis compañeros. La maestra nos había dicho que el Sol se tendría que apagar algún día, porque se convertiría en una estrella blanca que ya no podría proporcionar calor. La maestra, al ver que comenzábamos a preocuparnos y a hacer muchas preguntas ya no sobre el Sol, sino sobre el tiempo y la vida, nos dijo que no teníamos que inquietarnos; eso sucedería dentro de miles de millones de años y ya no existiríamos para presenciarlo. Pensé: “¿si el Sol se apaga, la Tierra dejaría de girar?” Ahora que lo recuerdo, me parece gracioso que la solución que nos dio la maestra para tranquilizar nuestra ansiedad infantil fue precisamente el pensamiento de que moriríamos antes que el Sol. Es curioso que el consuelo de no ver la última fase del astro sea precisamente la muerte, y nosotros también imitaríamos a la Tierra durante la extinción del Sol… en algún punto temporal dejaremos de girar alrededor de nuestros contextos cuando nuestro cuerpo ya no reciba señales neuronales para moverse: la Tierra y el resto de los planetas dejarán de girar alrededor del Sol cuando ya no perciban su gravedad, entonces se emprenderán en un camino confuso, experimentarán un desprendimiento del sentido de pertenencia porque ya no serán parte de su propia órbita.