Esto no es odio, sólo es el Mal
Por Ricardo D. Aguirre Garza
La fiebre por la nueva Premio Nobel de Literatura tuvo un impacto que no siempre se ve en este tipo de galardones. Han Kang no solamente es leída por las personas afines a los estudios literarios, al academismo o a la difusión cultural, ya sus textos son conocidos en otros círculos sociales, desde adolescentes que apenas se están descubriendo, hasta personas que ven en la literatura un poco de entretenimiento pero mucha pérdida de tiempo; este impacto cultural no sucedió ni con Annie Ernaux, ni Kazuo Ishiguro, ni Bob Dylan…
Como parte de dichos círculos sociales también opté por leer La Vegetariana (libro que ya se me había recomendado desde hace dos años y no revisé, por estarme descubriendo), y posteriormente Actos Humanos, el cual me permitió (re)entender al Mal contemporáneo.
Por supuesto que la catarsis no llegó sola, pues ya existía un antecedente que se había implantado en mi inconsciente: Zona de interés (2023), una experiencia cinematográfica en donde todo sonido o imagen no están colocados como parte de la narración, sino como un breve fragmento documental que rememora al Ser: en un primer plano el tranquilo día a día de una hermosa casa habitada en los límites del infierno; y más allá, la profundidad desde donde se gestan lo que aún hoy en día nos obliga a continuar llamándolo sonidos y no ya Humanos.
Ahora bien, la suma de estas dos piezas de ficción no había terminado de efectuarse hasta que se agregó un tercer elemento, definitivo y de proporciones completamente humanas, el cual potencializó la ecuación: la hecatombe palestina.
Ver un paneo del infierno en el eje z de la pantalla, o leer que en todas partes han manifestado una crueldad semejante, como si el ser humano lo llevara en los genes son solo momentos de la realidad retrotraídos a la literatura, pero ver esos mismos mecanismos ficcionales de lo real injertos en la realidad misma y, encima, quedarnos callados ante tales hechos son, sin duda alguna, los verdaderos actos humanos.
Lo que ha estado aconteciendo en Palestina no está impulsado por el odio, no es una conducta detestable, ni siquiera es el néctar de la iniquidad, es el Mal; pero este no es uno creado por la hybris, ni siquiera uno que esté tejido en nuestro ADN: es una manifestación más contemporánea, más actual, más humana.
Ya Hannah Arendt lo había dicho hace más de 60 años: tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana. Ya Hanna Arendt había bautizado a la nueva manifestación de los verdaderos actos humanos como La banalidad del Mal[1].
¿No es acaso un alejamiento de la realidad que uno de los libros de la premio Nobel con mayor impacto cultural y comercial sea tan fuerte, tan desgarrador que nos estremezca, pero al momento de ver el infierno que se vive en Palestina continuemos scrolleando?
¿No es acaso también parte de ese Mal tan singular el saber que tan pronto un delito ha hecho su primera aparición en la historia, su repetición se convierte en una posibilidad mucho más probable que su primera aparición y continuar ignorando la génesis de los mismos?
¿No es acaso parte de esta malignidad escribir un texto donde la reflexión sobre un genocidio parta principalmente de la ficción literaria y audiovisual?
Nosotros no odiamos. Los responsables del genocidio no odian. Los que empuñan las armas no odian. No, solo formamos parte de uno de los tantos mecanismos que conforma la banalidad del Mal.

Zona de interés (2024), dirigida por Jonathan Glazer.
[1] ¿Es coincidencia que el concepto se acuñó en la misma región en donde ahora está el conflicto?