
La fotografía es de Roberto García
Elogio de la post-vida o Samantha y los conejos
Por Leonardo Zapata
dedicado a mi maestra de inglés, Natalia Oliva.
I
Bernardo Sahara ve a una mujer todos los días en el trabajo y siempre piensa en ella.
Samantha apenas nota la presencia de Bernardo, pero en alguna ocasión han cruzado miradas; una sonrisa tierna, aunque distante, se dibuja en ambos rostros y algo como una pequeña lluvia comienza a sentirse en su interior.
Samantha desearía poder hablar de ello, humedecer sus labios entre las palabras del placer.
Bernardo sabe que si alguna vez habla con esta mujer, el río que fluye en su interior se desbordaría por las lluvias del deseo.
Esta situación sirve para probar que una sonrisa puede refrescar en los días más áridos, pero que sobrepensar las palabras, crear expectativas de una relación imaginaria, suele terminar en tragedia.
II
Samantha se preocupa por el tiempo. En alguna ocasión su compañera de cuarto, Daniela, le regaló un reloj.
-No es la hora la que me preocupa, pienso que es algo más real que esos números, que esa simple medida. Como en la historia que siempre le cuentas a tus sobrinos, esa de los conejos y… la luna.
-¡AY! Qué exagerada, sólo les cuento esa historia a veces, para que así, cuando vean el cielo, piensen en sus mascotas. Al menos las que perdieron… ya sabes. ¡Y, sólo es una historia para niños!
-Sí, ya sé, ya sé… la has contado tanto. La he escuchado al menos cuatro veces en las últimas semanas.
-¡Porque son conejos! ¿Sabes cómo se reproducen esos animales? Aparte, sólo les he contado esa historia una vez, las demás fueron… repeticiones, pequeños recordatorios de cómo la vida viene y se va.
Después de esta conversación, Daniela entendió por qué a Samantha no le gustó el reloj, también a ella le dejó de preocupar la hora y se sorprendió a sí misma preguntándose por el tiempo.
III
9:00 P.M. Fin de turno en TopPerfomrance.
Bernardo Sahara decide salir por el estacionamiento del edificio, camino a una avenida apenas transitada por algunos vagabundos que se ocultan del sol o del viento o de las lluvias y de todo lo que habita entre las calles; enciende un cigarro de mariguana y camina hasta la estación del metro, por aquí las polillas que se golpean hasta morir contra las lámparas mercuriales dejan una estela de polvos grises en picada y son como estrellas fugaces en un cielo poblado por manchas de humedad y por los ecos de los autos que aceleran en el paso a desnivel, todo viene de arriba en una rítmica tonada de dos tiempos, como los latidos del corazón de un enorme monstruo que duerme. Bernardo aspira el humo y un sabor dulce, cargado de olor y sensaciones, como el de la canela cuando arde a fuego vivo, lo invade en esta soledad tan cotidiana. Se imagina a sí mismo como el primer hombre en llegar a una isla en el Pacífico, aún habitada por raros animales de la prehistoria, y el chirrido de las vías del tren mientras éste desacelera, es un canto de ballena encallada, y las luces de los pocos autos que se ven a la distancia son los ojos de extrañas aves de presa en desbandada. Entonces la isla es también la orilla del mundo, donde no hay nada más que cielo, mar y animales.
Quizá también tormentas, piensa Bernardo.
Sube las escaleras, y ahí está ella. Alucinantemente hermosa, pelo blanco casi hasta la cadera, piel pálida que recuerda al esmalte de la porcelana, usa unos zapatos de plataforma que la hacen ver más alta de lo que en realidad es, falda tartán azul y roja con una camisa de franela gris con negro. Lleva unos lentes de sol que cubren la mitad de su rostro y audífonos de casco tan grandes que si no fuera por las horas que Bernardo se pasó imaginando este encuentro apenas la distinguiría; sin estar seguro de que lo han visto y por el efecto de la mariguana, se dispone a saludarla, al principio tiembla un poco, pero se envalentona pensando que en el peor de los casos sólo habrá un intercambio de miradas, otra sonrisa que después lo ayude a imaginar escenarios aún más barrocos en los que finalmente la invita a salir o lo que sea.
Camina hacia ella.
Sin voltear a verlo, Samantha se levanta y camina hacia la misma dirección en la que va Bernardo, alejándose. Él decide detenerse y evitar la extraña persecución por el andén y sólo la observa aproximarse al barandal, donde la calle se vuelve un precipicio. Mientras, el eco de los autos golpeando el pavimento se escucha cada vez más despacio, ahora son sólo el golpeteo arrítmico en dos tiempos de una distancia cercana, acechante. La ve haciendo estiramientos que le recuerdan al yoga y después de un respirar pausado y profundo la ve dar un salto arriba del borde del barandal y entonces Bernardo corre a intentar detenerla, pero ya es demasiado tarde. Al estirar la mano apenas alcanza a tomarla del brasiere. El elástico no sede, “-súbeme, por favor-”, le dice, pero la última vez que Bernardo tuvo que levantar algo fue hace meses, una silla de 8 o 9 kilos, y aquello fue con su brazo bueno, el izquierdo, y casi se desgarra el músculo, ahora, por otro lado, se haya sosteniendo al menos 50 kilos de una caída a 15 metros de la calle, aturdido, tembloroso y con su brazo malo. Se intenta apalancar entre el barandal y su peso, pero sólo siente cómo su mano sede, y antes de soltarla escucha un frío chasquido en la espalda de Samantha, quien alcanza a gritarle “¡Chingas a tu madre!”.
IV
Samantha pasa los siguientes días en un estado de semiinconsciencia en el área de cuidados intensivos. Costillas rotas, cráneo astillado, mandíbula, muñecas y brazos destrozados. Si está viva es sólo por la rápida asistencia de los paramédicos que pasaban por ahí, admiten los enfermeros. “Única y diferente”, “generación de cristal”, “lo tenía todo” … son las frases que alcanza a distinguir y siente cómo un doloroso conjunto de ondas se inyecta en lo profundo de sus tímpanos y pasan, en un ardor eléctrico, al delicado punto entre la nuca y el cerebro hasta hacerla sentirse entre los mismos lugares comunes que habitó antes de intentar suicidarse. Porque sí, Samantha quizá lo tenía todo: deudas, bulimia, estrés postraumático por un intento de violación en la estúpida posada de un trabajo de mierda. Delirios. Deseo de muerte.
Bernardo pasa los siguientes días encerrado. Primero en la comandancia de policía, donde analizan el vídeo de las cámaras de seguridad y se ríen con el lamentable esfuerzo por salvar a Samantha y aunque en realidad con ese video se descarta cualquier intento de sospecha, le hacen pasar un gran rato de paranoia con amenazas sobre la participación involuntaria y el poder de la mente para borrar recuerdos en situaciones límite gracias a la mariguana. Después, Bernardo se encierra en casa. Teléfono, internet, televisión, desconectados. La única interacción que tiene con algo es con el retrete (ha tenido diarrea desde que vio entre sueños el cuerpo de Samantha crujiendo entre sus manos) y con su viejo ipod, donde escucha música de Burial y Brian Eno mientras prepara, o toma, una dosis de alprazolam o le da una fumada al bong o diluye clonazepam en whisky mientras Ghost Hardware se mezcla con Here comes the warm jets y todo es movedizo, crudo, como una burbuja de chicle derritiéndose antes de estallar en el vacío.
V
Al encender el celular entra una llamada de Irvi, el compañero corte cumbia, que le consigue la mariguana en TopPerformance. Está fuera de la casa, observando, y mientras llama espera a que Bernardo le abra o conteste los más de cien mensajes que le ha dejado en los últimos días y si cuelga la llamada, es sólo para volver a marcar. Sabe que está en un loop. Tiene varios días durmiendo en el carro, huyendo, aunque aún no sabe muy bien de qué…
Bernardo no contesta, sólo abre la puerta, le pregunta si tiene cigarros “-Sí, aquí traigo, Berni, déjame pasar-”, le dice y, al entrar de nuevo a casa, se da cuenta de lo horrible que está el lugar. El piso es un desastre de vomitadas, colillas de cigarros y charcos de algo que parece agua marrón y despide un olor que recuerda un poco a la sangre.
Lo invita a sentarse en el sillón y enciende una vela aromática.
-Tenemos que movernos, báñate, ponte algo para el frío y vámonos. Si tienes mota o algo así, tráetelo. Te platico en el camino.
El largo y exasperante aullar de una ambulancia se aproxima. Irvi se levanta y prepara sus piernas para salir corriendo, al fin oye que el sonido se aleja; vuelve a sentarse, enciende un cigarro y da una larga calada.
Al entrar al baño, Bernardo imagina que Irvi sólo sufre de la típica paranoia del abstemio, pero pronto se da cuenta que en su teléfono no hay mensajes ni llamadas por parte del trabajo, lo único que hay son mensajes de Irvi. Tan desconcertado por esto, decide entrar a ver las redes sociales y lo único que encuentra son publicaciones con largas listas de asistencia y de ayuda psicológica, tips para salud mental y cuando al fin encuentra las usuales imágenes de vacantes y de publicidad, salta a la vista que todas tienen una pequeña mariposa en la esquina derecha.
-En corto, Berni, tampoco es que tengamos mucho tiempo.
La voz se escucha quebrada, casi como si hubiera pasado los últimos días aullando en el desierto.
-Andas muy paranoico, Irvi, cálmate, ahí tengo alprazolam. Agárrate unas.
Mientras lo espera, Irvi conecta la televisión, forja un cigarro de mariguana y se toma un alprazolam.
-Te va tocar manejar ahora, Berni -le dice.
Cuando Bernardo e Irvi salen de casa el clima es caliente, seco y un penetrante olor a humo de leña los acompaña hasta el carro. En la calle dos tipos toman apuntes desde el otro lado de la banqueta, al parecer anotan las placas del carro. Posteriormente hacen una llamada. Bernardo siente una mirada como llena de una lástima por él y por Irvi, pero también algo le dice que no le tendrán una paciencia infinita. El extraño presentimiento de que no hay hacia dónde correr lo perturba un poco.
-Y ahora a dónde vamos, Irvi.
-Yo te voy diciendo, vamos a ir con una ruca que te quiere platicar algo. Me mandó mensaje cuando se enteró que tú habías sido el que casi agarra a la Samantha, antes de que se intentara matar y eso…
Se oye un nuevo aullido de sirena, a lo lejos se ven las luces de una sirena. Irvi camina rápido e instintivamente, Bernardo lo sigue.
-Al parecer todavía está viva, Berni. Pero quién sabe, yo también dejé de ir al trabajo, si me entero de algo es por las publicaciones de los de ahí, aunque ya nadie publica de eso.
Mientras habla le ofrece un cigarro, entran a su auto, mira entre la ropa que hay en el suelo y finalmente se entretiene leyendo las hojas que hay tiradas. No sabe muy bien si aguardar una respuesta en estos momentos. Bernardo parece desorientado y apenas enciende el cigarro que acaba de tomar y guardan silencio por un momento.
-¿Hace cuánto te enteraste? -Pregunta Bernardo, y ve con atención cómo la relajación de Irvi es simultánea al silencio que deja la ambulancia mientras se aleja.
-Cuatro días, más o menos. Irvi comienza a mirar la hora en el celular, se asoma por la ventana, suspira. Dale como si fueras para la casa del Cona.
-Y cómo se enteraron de que yo fui el que casi agarra a Samantha-.
-A veces se me olvida que no te enteraste de nada, Berni, perdón; pero tampoco es que yo sepa mucho, eh. Al día siguiente, en el trabajo, nos preguntaron a todos si les hablábamos a ti, o a Samantha. Cuando se enteraron que no había amigos en común, ni nada entre ustedes, a los que te hablábamos a ti nos metieron al lobby, nos separaban y nos preguntaron si había algo que no le hubiéramos contado a los demás, algún comportamiento extraño. Obviamente nadie dijo nada, Berni, pero…
Mientras Irvi le platicaba esto, se da cuenta que la única oportunidad que había de saber algo de Samantha pasaba por ese momento de delimitación, porque una vez que localizaron su círculo social, las únicas personas que se enterarían del futuro de Samantha serían ellos. Voltean a la izquierda y se dan cuenta que las mismas personas que estaban tomando apuntes de las placas ahora también giran a la izquierda en un auto detrás de ellos.
-Quizá el único punto al que pueden llegar era en tu casa, y ya te saqué de ahí.
-Al que puede ir quién, Irvi, de qué estás hablando, ¿sabes quiénes son esos tipos que apuntaron las placas, estás seguro que es buena idea traer esto?
-Muchos pensaban que eran los de RH, pero no exactamente, porque luego me enteré que a los de RH les pidieron implementar algo, no sé, como un plan de reclusión, a todos los que dijimos que te hablamos. Al día siguiente, les llegó un mensaje de alguien, no sé, alguna familiar, algún amigo… Por ejemplo, a mí me llegó un mensaje de mi jefe, no decía nada, sólo un cómo estás, mijo. Te quiero. Cosas así. Después nos empezaron a decir que nos iban a hacer el antidoping, después terapia de rehabilitación, después unos polis nos decían que de dónde lo sacábamos, todo eso.
-¿Crees que sean de algún anexo, o una de esas cosas?
-Los del anexo nomás te levantan, te encierran un rato, luego ya, o te haces el sobrio que buscará una nueva vida hasta que encuentras una forma de regresar a las calles, o te chingan ahí tanto que terminas creyéndoles que es por tu bien. Yo creo que esto más bien es como una, no sé, una vigilancia en la que se fuerzan en sacarte de quicio poco a poco y luego tienes que ir ahí, rogarles que te perdonen. Cuando salí del trabajo, un día antes de poder escaparme, me dijeron que siempre me esperarían y que me perdonaban.
En la radio las noticias interrumpen la música para dar una noticia de última hora. La advertencia sobre noticias que pueden resultar perturbadoras o herir la sensibilidad de quien escucha anuncia la desgracia. Al parecer en los últimos días se ha vuelto viral un vídeo sobre Chester Cheetos en un especie de coma o desfallecimiento, y lo que parecía ser un bulo más en las redes resultó ser el desesperado anuncio del viejo chita sobre una epidemia de cheetos piratas que lo está matando lentamente. En el vídeo, Chester aparece en una cama, entubado y con una máscara de oxígeno que le da a respirar una especie de gas naranja, pálido, casi al punto de volverse amarillo. Ojos cerrados, la lengua de fuera. Se le ve rodeado de otras mascotas, como el Tigre Toño, el MnM Rojo, Pancho Pantera o la Mamá Lucha, algunos lloran desesperados, otros se toman de la mano y parece como si fueran a empezar una inútil plegaria. Ahora la presentadora de las noticias anuncia: Estamos en línea con el CEO de Sabritas, quien nos confirma que efectivamente Chester Cheetos está en un coma después de haber perdido casi toda su energía debido a una epidemia de cheetos piratas.
-¿Señor, Martínez, qué tan cierto es que esta filtración es obra de los contrabandistas, una forma de jactarse de su victoria sobre la marca original?
-En realidad sospechamos que fue una filtración interna, pero estamos seguros que a Chester no le molestará saber que gracias a este vídeo nuestros clientes están tomando conciencia sobre la situación.
-¿Y no cree usted que esto es una forma de chantaje emocional por parte de la marca para generar fidelidad con sus clientes?
-No, es una realidad, y aunque al inicio quisimos proteger la privacidad de Chester, él está en el hospital, en una condición delicada y estamos seguros que apenas la gente deje de consumir esas imitaciones de los cheetos, nuestro amigo comenzará a sentirse mejor.
-¿Y cómo cree que le podamos ayudar a Chester en una posición así?
-Bueno, lo principal es que tenemos que sacar de circulación todas esas imitaciones de baja calidad. Comprar nuestros productos, orar por la mejoría de nuestro amigo, son cosas que ya hemos probado que funcionan… Conforme se vaya recuperando, anunciaremos un nuevo producto que ya estamos preparando.
-Qué loco que se esté muriendo el Chester Cheetos, Berni, ¿no quieres ir a comprar unos?
-Irvi, ya en serio, ¿crees que todavía esté viva?
-No sé, Berni, creo que el Chester es hombre, bueno, macho o lo que sea. Aparte es una campaña medio rara de sabritas, con eso de que ya no iban a dejar que las mascotas esas salieran en las papitas… aquí dale a la izquierda.
Irvi se ve cansado, pero también como si hubiera olvidado por completo cuál era la razón por la que estaban ahí, o más bien, como si en realidad hubiera pasado tanto tiempo en un loop sin que pasara nada que ahora, cuando al fin comenzaba a pasar algo, sólo podía pensar en lo inmediato.
VI
La habitación, pintada de un gris espectral, adquiere una tonalidad dorada y jade gracias a la luz que proviene de un enorme ventanal que reemplaza lo que debería ser la pared que da al oeste, Samantha está en el centro. Al levantarse de la cama se percata de ello, y se sorprende un poco de que sea una cama redonda, pero apenas y le interesa, pues toda su atención está en el paisaje. Blanca arena de playa que desciende en una diagonal perfecta hasta terminar, en ángulo de 180 grados, en agua casi transparente; a unos metros de lo que parece marcar el final de los azulejos de la casa, se levanta una fogata, donde alguien, que vestido con lo que a la distancia parece un traje de baño estilo años 30, a rayas azules y blancas, extiende sus brazos al calor de las llamas. No parece cocinar nada, sólo está ahí, con los brazos extendidos y cuando Samantha al fin se decide por buscar la salida, ve cómo esta persona se aproxima hacia el ventanal, conforme lo ve acercarse, se percata que fuma un cigarro muy sospechoso, arrugado y sin filtro. Es un hombre joven, de pelo rubio y largo, amarrado en un chongo, que al moverse le llega hasta la mitad de la espalda. La única puerta visible está al este de la habitación, pero al girarse e intentar caminar, algo como el peso de la mirada del tipo que se aproxima a ella, la detiene. Se siente sofocada, aturdida, lo último que recuerda son los ecos de las voces de lo que supone eran enfermeros en el hospital. Algunos con lástima y otros con enfado, pero el denominador común era que la insultarán, que se rieran de ella o la llamaran tonta, débil, chiflada, y ahora, en un enorme cuarto con mapas pegados sobre las paredes, ve fotos de la luna, de olas enormes, pinturas de artistas como Hokusai, Chirico o Schiele y al menos 3 telescopios, lo último que le interesa es correr por ahí hacia lo desconocido. Decide esperar a que el personaje que ve a lo lejos se acerque.
Al entrar, el tipo apaga el cigarro y la mira con sorpresa.
-Al fin, le dice a Samantha con algo de alegría, por dónde llegaste y cómo puedo salir de aquí.
-Qué te hace pensar que tengo alguna idea de eso, -responde- si yo me acabo de despertar y tú ya estabas ahí afuera, fumando no sé qué a un lado de la fogata esa.
-Entonces tú también llegaste aquí, sin saber nada…Bueno, pues al menos ya somos dos. Yo soy Johny, el tibio Mundaka, solía ser surfista, pero aquí no tengo tabla y pues la verdad tampoco hay muchas olas.
El tipo tiene un fuerte acento, pero Samantha no logra reconocer de dónde, sólo reconoce una manera de hablar que parece referir a una región australiana donde la gente es latina, sin embargo, el tipo es rubio y en Australia no hablan español ni son latinos, así que la conjetura, por extraña y sin sentido que parezca, la convence por unos momentos de que está frente a un extranjero.
-¿Sabes en dónde se supone que estamos?
-Oh, bueno, no. En la tierra, supongo, la verdad es que no creo que sea algo así como un limbo a donde llegan las almas que se intentan suicidar, -mientras dice esto le guiña un ojo-, y te lo digo porque eso es lo que dicen los libros que están ahí, – y señala hacia debajo de los telescopios, donde por alguna razón Samantha no alcanzó a ver la primera vez que miró a su alrededor. -Del otro lado de la puerta esa sólo hay algo como un sembradío de zanahorias interminable, luego unas montañas y si le sigues caminando al otro lado de las montañas, llegas aquí otra vez, pero por el lado de la fogata esa, que por cierto nunca se apaga.
-¿Desde cuándo estás aquí? le pregunta sin mirarlo, camina por el cuarto hacia la puerta, al abrirla, ve un paisaje que le recuerda a esos sembradíos de películas gringas pero a la distancia, las montañas y la altura infinita del cielo se asemejan a esas llanuras de alguna parte de Mongolia.
-Bueno, la verdad no tengo idea, los días pasan raro en este lugar, y al menos tú despertaste aquí dentro, yo despierto en una lancha que está más abajo…
VII
En la radio ahora se escucha la canción del Meza:
Todo lo Nacido de Origen Mortal
deberá consumirse con la Tierra
para elevarse libre de la Procreación:
entonces, ¿qué tengo yo que ver contigo?
Los Sexos brotaron de la Vergüenza
y el Orgullo,
Mientras Bernardo sigue las instrucciones de Irvi se percatan de que una camioneta blanca los va siguiendo, la persecución no es a una velocidad muy alta, pero están cerca y se les anticipan a cada movimiento. Bernardo acelera y va entre calles cada vez más estrechas hasta que llegan a un punto de la ciudad en el que la camioneta debe bajar la velocidad, pues las curvas son tan cerradas que no alcanza a entrar con facilidad entre las calles.
En un punto Irvi le dice que hay que dejar el auto, corren entre unos callejones.
-Alguien que conozco moverá el auto de ahí. Vamos, ya mero llegamos.
Cuando al fin dejan de correr se detienen afuera de algo que parece una vecindad, entran y caminan por un montón de pequeños edificios herrumbrosos donde la gente los mira desde los balcones con curiosidad, la voz de un niño les grita que si les gustan los conejos. Comienza una ligera llovizna. Se detienen frente a una puerta y tocan el timbre, el portón de una casa enorme habilitada como residencia de varios cuartos en renta se abre.
-Suban, -les dicen- y si traen mota o algo así, prepárense un gallo, porque la historia va ser larga y difícil de contar…
IX
-Antes de morirme, me metí al mar, sin intención de regresar a la tierra, cuando me acobardé ya estaba muy adentro y en algún momento me agarró la corriente, me estrellé con unas piedras en la playa de Bilbao y cuando desperté ya estaba aquí… Si me duermo mucho tiempo despierto otra vez en la lancha, pero si le camino por donde están las zanahorias, el camino como que se acorta, y el día se hace más largo, y entre más camino, parece que se hace más temprano, hasta parece que le das la vuelta al lugar y llegas por donde está la fogata y es de mañana. No sé muy bien de qué se trata o qué hay que hacer, pero tiene sentido que así sea un limbo.
-Yo me tiré de una estación del metro, caída libre a 15 metros, lo peor fue que un tipo que siempre me estaba viendo con ojos como los del burro de Winnie Pooh me alcanzó a agarrar del brasier, y luego me soltó y lo mandé a chingar su madre…
Están en la playa, acostados, tomados de la mano, él sin camisa, riendo de la historia que le cuenta Samantha, sus largos pelos rubios y figura delgada le dan un aspecto del tipo de hombre con el que ella siempre soñó enamorarse. Ella lleva puesta la camisa de él, sin pantalón ni ropa interior. Se abrazan. Acarician sus fríos cuerpos buscando un calor que perdieron en algún momento antes de llegar a donde están, y finalmente se dan un largo beso que sienten como la reconciliación tardía con una vida que los perdona por haberla abandonado y ahora los compensa con la compañía fugaz de los eternos instantes.
A veces ella extraña la torpe vigilia que sentía al despertar, ese espacio como de shock por seguir con vida después de tanta basura. Y esas veces pasan las noches dentro y ven cómo la luna empieza a salir, una luna grande y plateada, y cuando usan algún telescopio alcanzan a ver los cráteres habitados por pequeñas criaturas blancas con ojos rojos y brillantes que escarban y brincotean por ahí…
-En algún momento subiremos a la lancha, a llevarles unas zanahorias y alimentarlos, -le dice Johny, el tibio, Mundaka, mientras enciende un cigarro de mariguana.
X
Cuando llegan a la habitación Irvi pregunta si ya sabe lo de Chester Cheetos, y Bernardo reconoce algunas de las ropas de Samantha en la cama de al lado. También ve papeles con dibujos de olas y de atardeceres en la playa y hay un montón de libros que recuerda haberla visto leer.
-Al principio busqué alguna carta, algún tipo de despedida, pero no dejó nada, así que escribí esta pequeña historia, para que todos sepan que aún está viva, en algún lugar, muy lejos de aquí…
¿Sí se saben esa historia de cuando se mueren los conejos y… la luna?