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“Dick Laurent is dead”: David Lynch: el enlace entre intuición, conciencia y surrealismo

 

Dick Laurent is dead: David Lynch: el enlace entre intuición, conciencia y surrealismo

 

Por Luis D. Torrecillas

 

Mi exposición primera a su filmografía llega a los 17 años a través de un amigo mío, quien también es colega cineasta y mago de profesión. Nuestras charlas iniciales acerca del medio remarcaron en mí la diferencia latente en nuestras tradiciones cinematográficas, por lo que vi en él, entre otras cosas, una posibilidad de conocer mundos inexplorados por mi mente hambrienta de expediciones. Rápidamente derrama una pregunta sobre la mesa, dejando un nombre desconocido en mi radar fílmico: “¿Has visto las movies de Lynch?” No, fue la respuesta.

Invade en mí un impulso en escribir en tiempo presente. Tengo clara la naturaleza de esa necedad, acorazada por mi ego buscando de mantener una corta distancia entre mi amor por el cine y la posibilidad de poder conocer en este plano físico a uno de los máximos exponentes del medio, quien desafió las convenciones estilísticas y formales del quehacer cinematográfico para rasgar y transfigurar el mismo marco que pretendió limitarlo, moldeándolo así a las necesidades de su inagotable fuente y necesidad por la creación artística. Ahora veo que lo que me depara de un encuentro directo son, nada más ni nada menos, las leyes de la naturaleza.

David Lynch era un artista que priorizaba la acción sobre cualquier torrente de deseos dispersos o sueños subdesarrollados; esto, lo reflejaba trabajando desde diversos vértices; en parte, cineasta; por otra, pintor o escultor; también, músico. Siempre con una particular afinidad por sus rituales (los cuales giraban en torno a una -disculpen- jodidamente buena taza de café, un cigarrillo American Spirit, una copa de vino tinto y una sesión de meditación trascendental) se aseguraba que ellos catalicen en la creación de una expresión artística. Sin embargo, su amplio testimonio escrito y oral -capturado en seminarios, entrevistas, libros de su autoría, clases magistrales, entre otros medios- permite esclarecer un tanto el panorama sobre el verdadero potencial que alberga en esas palabras y sueños regados (después de todo, qué es el acto de escribir más que un intento de encontrar sentido en la unidad y comunión de las palabras), pues en el cúmulo de las mismas, yace algo más emocionante: la posibilidad de crear una expresión cuasi universal que invite a una exploración interna. Claro, de ahí sigue el arduo y colaborativo proceso de traerlo a la realidad, pero de la posibilidad o idea se abre la puerta para continuar intentar la de entender y/o asimilar la ambigüedad moral, bondad y maldad en el mundo que nos rodea.

Este último punto es lo que acentúa a Lynch de cualquier otro realizador de su época (o de cualquier tiempo, para este efecto), pues no solo configuraba -con sus igualmente grandes colegas- fantásticas obras fílmicas, a su vez, desde la participación activa en sus pasiones, era creador de espacios fomentadores de creatividad, donde esta se podía concebir y desarrollar a partir de la intuición de la persona como centro o fuente vital del acto creativo. En vista de ello, cualquier concepción que adjudique la creatividad y la creación como factores entera o parcialmente externos a la persona, deja de lado el propósito último del arte: la búsqueda por el entendimiento de nosotros humanos como especie.

Lynch era también un hombre cuyo arte habita y se alimenta de los espejismos y paradojas que conforman a la experiencia humana. Claro está que su cine operaba, con la excepción de Una historia sencilla, en las formas metamórficas del surrealismo; por lo que sus propuestas fílmicas tienden a desarrollarse bajo los estándares de sus propios mundos. No obstante, es necesario, desde mi lectura, trascender cualquier impresión primera que pudiera causar el efecto operático de los visuales y diseño sonoro trastornándose; pues es en ese mismo orden tergiversado donde la audiencia es obligada a reconstruir lo sucedido desde su propia perspectiva y se encuentra con la oportunidad de dialogar con las paradojas que nos rodean en el diario: dos cosas pueden significar lo mismo de forma simultánea; los cuerpos mueren y decaen, pero su espíritu y memoria los mantiene vivos de igual manera; se puede pintar una obra violenta, sin que el artista sea un ser violento en su creación.

De la misma forma, su filmografía giraba en torno a lecturas puntuales de la cualidad tan innatamente absurda que yace en ese inalcanzable, pero fundacional más allá en la distorsionante profundidad moral de los suburbios americanos. Esta característica en su cuerpo de trabajo, nos lleva a analizar si las películas de Lynch se introducen un tanto, aunque sea para mojar la cabeza, en el territorio del realismo mágico. Bautista (1991) define al género como “una actitud hacia la realidad, pues la obra recrea a una realidad en el que los hechos mágicos coexistan con lo cotidiano.” (p. 21). En un anterior fragmento de ese mismo texto, la autora indirectamente descarta a Lynch como otro realista mágico pues el género “no distorsiona la realidad” (p. 21), pero sí es digno destacar que la naturaleza surrealista de sus filmes no es fortuita, sino que cumple con diversos propósitos abstractos, pero, a su vez, palpables: al violentar los símbolos hegemónicos que han construido el mito del sueño americano, la sociedad norteamericana en breve descubre la fragilidad de su identidad propia.

En películas como Terciopelo Azul, Twin Peaks: fuego camina conmigo y, hasta en cierta parte, Cabeza de borrador, el cineasta trabajaba esta misma cuestión mencionada, donde una vida en los suburbios es el ideal platónico de cualquier americano promedio, pues es símbolo de una vida controlada y estable. En destellos la otra naturaleza oscura del ser humano se asoma en diferentes formas (una oreja mutilada, una chica fallecida, un misterioso mensaje en el timbre de tu casa, etc.), como la noche que lentamente se sobrepone al día. Estos acontecimientos evalúan el sentido de moralidad de sus personajes.

Carretera perdida, Mulholland Drive: sueños, misterios y secretos e Imperio fungen, en parte, como historias de cautela sobre la máquina hollywoodense que entrega el estrellato y la fama a cambio del alma de la persona. En ambas películas, Lynch utiliza el sexo y la corporalidad como termómetro de la conexión que los protagonistas tienen con su vida personal y romántica. En Carretera, Fred no es física o emocionalmente capaz de relacionarse con su esposa y Diane; en Mulholland, lo utiliza como un intento de conectar con Camilla/Rita. La falta de vínculo emocional, sexual y la frustración laboral experimentada por ambos es el mecanismo principal utilizado por la ciudad de los sueños para acecharlos.

Revalorizando y cotejando Una historia sencilla con el resto de su obra, pudiera refutar mi punto anterior y argumentar acerca de la presencia tácita, pero pertinente, del surrealismo en la película. Sí, no hay teteras gigantes hablando a través de su vapor, o no hay una familia de conejos viendo el televisor, pero sí está el tiempo acechando a Alvin con una fuerza preponderante que le invade e impulsa a reconectar con su hermano. Como si el efecto y finalidad de la imagen surrealista haya descendido sobre el protagonista para voluntariamente, después de un examen de conciencia, decidiera hacer las paces con la persona que mejor conoce y viceversa. El resultado del filme es, en mi opinión, su película más espiritual.

Lynch se aproximaba a la vida desde una postura espiritual sustentada por el pilar de la meditación trascendental, como comenté antes. Este método tiene como uno de sus propósitos el proveer una perspectiva más centrada y ecuánime al ser interior. Por ello, el multidisciplinario artista hace hincapié en la importancia de la meditación como hábito necesario en su vida. Si las ideas vienen del interior, la relación que uno tenga con el centro personal es imperativa para el flujo, tamizaje y desarrollo de ideas. Esto mismo me lleva a ponderar acerca de la relación que mi conciencia comparte con las ideas que recibo, pero, ¿recibir de dónde, exactamente? ¿Serán, entonces, un remanente que mi conciencia eructa de tanto en tanto? ¿Un mensaje proveniente de un dios antiguo? ¿Un secreto que el universo susurra en mi oído en momentos al azar del día? La respuesta, supongo que Lynch diría, viene al término de encarnar la idea en su expresión necesaria (y de la primera taza de café del día).

 

Confinado en la sala donde la fuerza de los trabajadores desechables no asalariados se agrupa, me encontraba, acompañado de mis colegas, en medio de una función clandestina de visionado de un filme japonés, un impulso por recibir mi dosis de dopamina rápida me saca de mi concentración de la película para abrir mi red social de preferencia; es aquí donde veo la noticia. La sorpresa, abunda. El dolor, también. David Lynch is dead, imagino a la voz misteriosa de Carretera perdida diciendo a través del intercom.

Después de que la reacción inicial se desinflama, pienso en mi amigo. Para este punto el tiempo y la vida han hecho que nuestra amistad se disfrute desde la distancia, pero viva sigue sin duda. Su gusto y constante inspiración sustraída del trabajo del Maestro dieron pauta a largas conversaciones en épocas donde su trabajo me era ajeno y el café causaba en mí tremenda ansiedad. Pasan los años y ahora me encuentro con un gusto inexorable por el café, que demanda ser saciado a primera hora de la mañana y por la obra del director como un gusto total. Asimilo el trabajo de Lynch y el respeto que le tengo como artista y fuerza creativa cual amigo cuya presencia y conversar me invita a conocer más y explorar regiones de mi conciencia cuyo recordatorio es necesario, pero bienvenido. Su repentino fallecimiento propicia la reconexión con mi amigo a través de una conversación honrando al artista que ayudó en conectarnos en primer lugar.

El escribir sobre Lynch en pretérito imperfecto ciertamente, desde una concepción biográfica, lo considero necesario para hablar de su persona, quien falleció. Pero, evitando caer en melodramas superfluos, el impacto de su obra y filosofía acerca de la conexión tan íntima, universal y natural que el creador tiene con las ideas y obras que brotan de su ser y los campos del quehacer artístico en general continuarán hablando acerca de la necesidad de la valoración de su trayectoria artística en tiempo presente.

El 15 de enero, fecha de su fallecimiento, es también mi cumpleaños. Una parte de mí se complace pensar, sin intención de caer en el morbo, en compartir algo con el Maestro. Resulta que se pueden celebrar mi natalicio y honrar una vida completada en el mismo día; caigo en cuenta de esta paradoja y sonrío. Cuando vuelva a llegar el día, tomaré un café negro bien cargado y caminaré las calles de mi colonia, esperaré no encontrar una oreja en el parque.

Referencia:

Bautista, G. (1991). El realismo mágico: historiografía y características. Verba Hispánica, 1(1), 19-25. https://doi.org/10.4312/vh.1.1.19-25

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