Por Eduardo Zambrano
Se dice que en los campos de batalla, aun cuando nos refiramos al combate personal, tomar conciencia de la retirada exige, por mucho, un gran esfuerzo, incluso mayor que el coraje que nos lleva a las sublimes victorias. En este doloroso trance se debe mantener un orden, no propiamente una estrategia, sino que debemos guiarnos con la intuición de salvar lo poco que nos queda de vida, ante lo que ya es inminente. La retirada no es un acto de cobardía, sino de una dignidad para defender (proteger) lo ya indefendible. Visto así, el último poemario de Félix Suárez es un conmovedor parte de guerra, que apunta, precisamente y con un lírico desgarramiento, a esa retirada:
LUZ DE OTOÑO
La tarde incendia un paredón
de adobe y cal -de fusilados-,
donde ya sólo queda,
donde regresan a morir sin gloria
los grandes pájaros del alba,
y, donde hoy, sin remedio,
cagan las palomas.
Líneas arriba comentaba que, en esencia, el arte de la retirada es llevar a lugar seguro lo que nos dio el impulso vital de otros años. Qué difícil entonces emprender tal empresa, sobre todo cuando se duda incluso de todo aquello que nos motivó en la batalla: ¿Hubo esta vida o la inventé?, tal es título del libro y tal la dura encomienda del poeta: poner a salvo fantasmas, resguardar una memoria que se sabe apagada en las falsas promesas:
Un sol verdeamarillo de arrepentimiento
afuera, una moneda de oro falso,
percudido,
igual a una pupila macacada a golpes;
un vívido amargor en todas partes: culpa
e ira por lo que hemos sido,
por eso y por aquello
para lo que te faltó valor.
En lo versos que ya se han citado se hacen evidentes los dos formatos del discurso poético de Suárez: las imágenes que sugieren y las palabras que señalan con crudeza. El resultado es un estado de tensión que termina por capturar al lector, por hacerlo cómplice de ese gesto desesperado en medio del combate, y como bien se señala en la contraportada: “El poema salva al mundo de su destrucción y enaltece la condición humana a pesar de su sesgada ira, de su sinrazón y su rajadura… salva porque… recompone el sentido de la vida, toca la bondad del perdón.” Y para tocar la bondad del perdón, es necesario empezar perdonándonos a nosotros mismos, hacerlo incluso rodeado de un pasado en ruinas: “Duermes reconciliado con todos tus errores”, se nos dice en un ánimo no sólo de arrepentimiento, sino igual de reconstrucción, a sabiendas que la misma reconstrucción la hacemos en las arenas movedizas de nuestro destino.
Por lo demás, claro que no puede haber retirada sin recuerdos, sin las voces de nuestros padres, sin la música de fondo de esas fotografías del antes, de nuestros hijos; pero tampoco puede haber retirada sin enfrentar la enfermedad, la luz del quirófano, el desasosiego del presente y del porvenir. ¿Hubo esta vida o la invente? puede ser un título o una cita desalentadora, igual hablar de la herida, de la fiebre, de hombres con batones blancos que observan una radiografía; insisto, hablar de una sala de espera y la luz del quirófano, puede sugerir algo infausto, infame. Pero, y aquí el pero no desluce nada, al contrario, resulta alentador (sorprendente) que en los momentos más apremiantes de la desesperación, surge el poema, un poema tan impredecible como agraciado (quiero decir que encuentra la gracia) no importa si esta visión pareciera fuera de contexto o traicionara al tono sombrío de todo el conjunto. Valga el juego de palabras: este poema es a todas luces, la única luz para poder seguir adelante sin perdernos:
AZUL CAPRI
En la caverna azul de Capri,
vi las aguas teñidas por el cielo:
una insondable luminaria
que lo azulaba todo
y nos dejaba sin aliento:
Es Dios, es Dios, me repetía en mi asombro.
Y era Dios sin duda alguna,
Dios mismo, ebrio de sí.
Derramado y azul sobre nuestras cabezas.
Y oí a los lancheros cantar, a voz en cuello,
O sole mio,
mientras remaban sin descanso,
para las hordas tristes de turistas.
No necesito justificar esta visión como un encuentro espiritual, baste con decir que en estos versos, en esa tristeza de “simples turistas” allegados al mundo, sobrecogidos por la belleza del mundo, el poeta ha encontrado (al final) el valor para defender lo suyo, que es todo lo inútil, lo perdido, lo indefendible, pero hacerlo asistido por las palabras, por la literatura:
hombro con hombro,
al lado del valeroso Héctor.
Seguramente, más de algunos lectores acompañaremos a Félix Suárez en su batalla, comulgando en sus convicciones, unidos por el desencanto y un ánimo que queda en entredicho, pero sabiendo a ciencia cierta que la vida (la suya, la nuestra) aun al ser inventada, merece ser vivida.
Félix Suárez: ¿Hubo esta vida o la inventé? Ícaro ediciones, 2024.