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Nadie verá los cuerpos. Estallidos de violencia en la obra de Luis Aguilar
Roberto López
En el 2010, el poeta y narrador Juan Carlos Bautista mencionó en un ensayo que la cultura en torno a la violencia generada por el narcotráfico había florecido y que ésta inspiró el trabajo de numerosos artistas plásticos, quienes abordaron el tema de la narcocultura desde diferentes perspectivas. Y asevera: “He buscado el equivalente en poesía a este tipo de preocupaciones, pero los poetas mexicanos, al parecer, no quieren abundar en el tema” (2010, p. 29).
Ese mismo año, Luis Aguilar obtuvo el XIII Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” con el libro Fruta de temporada, que en uno de sus poemas dice: “la memoria es un sicario, una ak cuarentaysiete que ejecuta en temporal de lluvias por la noche”. Y de donde surge el título de este ensayo: “Las casas de ninguna acera tienen ojos. Nadie verá los cuerpos” (Aguilar, 2016a, p. 208).
No es que los poetas no ahondaran en el tema, sino que la poesía tiene que ver con la paciencia: en el 2012, Sara Uribe publica Antígona González y en el 2013, Jorge Humberto Chávez gana el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con Te diría que fuéramos al Río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto, libros fundamentales en el panorama literario nacional que retratan la devastación en ciertos espacios geográficos y atmósferas cargadas de impotencia y desapariciones.
Aunque Luis Aguilar afirmó en una entrevista que su trabajo está más relacionado con la violencia propia del lenguaje que con la situación de inseguridad que atravesó el país, hace una afirmación por lo demás reveladora:
No están las balas de la calle, pero están los disparos personales, que son mucho más violentos. No está una idea literal de la violencia que vivía la ciudad en ese momento. Pero sí están, por ejemplo, retratos muy específicos de toda esa violencia que se esconde detrás de las paredes: de cómo tratamos a nuestros niños, cómo tratamos a nuestras mujeres, cómo tratamos a nuestros hombres. Es decir, cómo esta violencia va horadando las personalidades que luego van a ir a abrir los hoyos de las balas fuera de la casa.
En este sentido, su libro He decidido casarme cuando acabe la guerra, ganador del III Concurso Estatal de Poesía “Juan B. Tijerina” en el 2015, aborda la violencia como escenario del poema. Casi comienza con una ciudad abandonada, en la que “algunos edificios sombrean / los hoyos calientes de las balas”. Y termina el poema diciendo: “Y la ciudad despierta / bajo / fuego” (Aguilar, 2016b, pp. 18 – 19).
Pero, ¿a qué ciudad se refiere Aguilar? ¿A Mier, que un día se llenó de camionetas que convirtieron la plaza principal en paredón y al pueblo mágico se le acabó la magia? ¿A Victoria, en donde asesinaron al candidato favorito para ganar la gubernatura del estado hace más de diez años? ¿O a Matamoros y su sinfonía de metrallas? ¿A San Fernando y los setenta y dos migrantes asesinados por la espalda, o a los ciento setenta y siete pasajeros que se sumaron después y nunca llegaron a casa? ¿A Mante, con su doble rodado llena de cuerpos en el estacionamiento de Soriana? ¿A Valle Hermoso, donde la armada decomisaba armamentos de grueso calibre? ¿O a Reynosa, cuando cerraban las escuelas para no arriesgar las vidas de niños y maestros?
“Una bala perdida no deja de ser bala” (2016b, p. 91), escribe casi al final. Lo mismo que un cuerpo, aunque esté sangrando o desollado o decapitado o mutilado o desmembrado o en una fosa. “Un amoroso cuerpo […] frente a los labios de la granada” (2016b, 73). O más. “Cien y más / cientos y / seis / muertos / hasta ahora / la cuenta incontenible” (2016b, p. 78).
Las balas, una tras otra, evocan el cuento de Mineirinho de Clarice Lispector, en el que narra lo que sucede entre los trece disparos que acabaron con la vida del pequeño criminal:
Esta es la ley. Pero existe algo que, si me hace oír el primer y el segundo tiro con un alivio de seguridad, en el tercero me pone alerta, en el cuarto desasosegada, el quinto y el sexto me cubren de vergüenza, el séptimo y el octavo los oigo con el corazón latiendo de horror, en el noveno y en el décimo mi boca está temblorosa, en el décimo primero digo con espanto el nombre de Dios, en el décimo segundo llamo a mi hermano. El décimo tercero me asesina, porque yo soy el otro. Porque quiero ser el otro.
Y porque en ese momento también nosotros somos el otro, el masacrado por la bala, venga de quien venga. Y pasamos del terror al horror, porque nunca imaginamos oler la pólvora de tan cerca. Respecto al relato, Clarice reconoce en una entrevista que “cualquiera que hubiera sido su crimen, una bala bastaba. El resto era voluntad de matar. Era prepotencia”.
Del mismo modo, Luis Aguilar plantea dos sentencias sobre las que resulta importante reflexionar. La primera es “cada que alguien se despide / el mundo cambia de tamaño” (2016b, 25). Pero, qué pasa, Luis, si no nos despedimos; si un hombre sube a un autobús y lo desaparecen; si la empresa de transportes pone una denuncia y luego su mujer y luego hay más reportes, pero nadie resuelve nada. ¿El mundo queda igual o crece, se acaba o nos acaba? La segunda es “aquellos a quienes asesinamos / serán para siempre nuestros muertos” (2016b, p. 30). Pero, qué pasa, Luis, si nos los arrebatan; quién verá sus cuerpos; quién les cerrará los ojos; qué pasa si las disputas por el territorio no terminan y las carreteras y las plazas siguen siendo campo de batalla. ¿De quién son, entonces, los cuerpos que dejan abandonados a la intemperie, los que queman para que nadie los encuentre?
En el libro ak 47, publicado en 2017 por la Universidad Autónoma de Nuevo León en coedición con Libros de la Mancuspia, Aguilar conjuga la corporalidad (amorosa y carnal) con una violencia velada y contenida.
Dirige sus palabras a quien sabe le hará daño y le dice: “Sicario, cierra bien los ojos / : en nuestros brazos también los muertos supieron dormir tranquilos” (2017, p. 37). No confunde la violencia con ternura, sino que las funde en una sola emoción. Y se entrega, a pesar de saber que el otro lleva un arma entre las manos. Luego dice:
Amar es simple y la simpleza se consume en uso. Ese resquebrajar anticipa lo que queda de las llamas; lo que se extingue por cansancio, por romperse asídentrodesíparaconsigo. Consigo dormir un poco pese al escándalo de los vecinos: se aman como nuestras primaveras de diez dedos, ruta que se vislumbra con salir el sol, aquel departamento, la posibilidad de amar sin lubricar el corazón para que se acomode. Y luego el cascabeleo de no supimos cuáles órganos; aquellos crujires espantosos que endurecieron la mirada y nos hicieron disparar a lo que hicimos (2017, p. 46).
A fin de cuentas, disparar. Tumbarse pecho a tierra “para dejar ir el tacto tras la carne” (2017, p. 57), poner el dedo en el gatillo y todo lo que eso implica. Amar y disparar. Porque el amor es una constante en los textos de Luis Aguilar, pero ese tema requiere un tratamiento aparte.
ak 47 termina con lluvia y los cuerpos del principio reaparecen bajo el irónico título de ‘Crímenes sin importancia’: “Únicamente llueve. Se siembra en la vastedad del patio un miércoles cualquiera. Los cuerpos se resguardan. Y el agua lava al sol los orificios de las balas” (2017, p. 72). Igual que en Tamaulipas. Desde entonces hasta hoy.
Roberto López (Tamaulipas, 1994). Ganador del I Concurso Nacional de Poesía Rubén Bonifaz Nuño 2017. Poemas suyos aparecen en Blanco Móvil, Pérgola de humo, Tintero blanco, Revista de la Universidad de México, Punto de Partida y en diversas antologías. Edita la Plana poética: Sol filamento y dirige las Jornadas de Poesía Tamaulipeca. Autor de los libros de poesía Donde el cielo desemboca (2018) y Saudade (2019). Recientemente acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen” 2025, en la categoría de poesía.
Referencias
Aguilar, L. (2016a). Libre de sospecha. Antología boreal. Universidad Autónoma de Nuevo León.
———— (2016b). He decidido casarme cuando acabe la guerra. Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes.
———— (2017). ak 47. Libros de la Mancuspia / Universidad Autónoma de Nuevo León.
Bautista, J. (2010). “Narcoviolencia y poesía: la polca del silencio”. Escribir poesía en México (Herbert, J., De la Mora, J. y Matías, S., coords.). Conaculta / Bonobos Editores.
Cultura UANL. (5 de diciembre de 2017). Luis Aguilar: “Ak 47” [Archivo de video]. Facebook. https://www.facebook.com/watch/?v=538054853215125
Lispector, C. (2018). Todos los cuentos. Siruela.
Mara Arrieta. (13 de febrero de 2019). Entrevista a Clarice Lispector (Sub-Español) – Panorama, 1977 [Archivo de video]. Youtube. http://surl.li/qjnepl