I
En la extensa correspondencia de Alfonso Reyes con numerosos amigos y escritores, la más antigua conocida se remonta a inicios de 1904, y la sostuvo con un amigo de la adolescencia, Ignacio H. Valdés, compañero del Colegio Civil (preparatoria) en Monterrey, al trasladarse a la ciudad de México acompañando a su padre, quien ocupó entonces la Secretaría de Guerra. En la segunda carta de Reyes, fechada el 16 de enero de 1905 (tenía entonces dieciséis años de edad), elogia a su corresponsal por la amistad que le brinda, le expresa su deseo de que mantengan siempre esa amistad y le dice:1La palabra que aparece en cursiva en esta cita fue subrayada en el original. Salvo donde se indica lo contrario, en el presente libro las cursivas empleadas para resaltar partes de citas textuales obedecen al énfasis aplicado originalmente en el texto que se cita.
Ya sabes tú que una de mis más grandes aspiraciones, es la de tener amigos leales y nobles. Sin embargo, ningún amigo ha sido ni será para mí lo que tú has sido, eres, y serás (estoy seguro de ello) pues además de la lealtad y bondad con que me has tratado siempre, he encontrado en ti otra cosa que es muy difícil, casi imposible, hallar: igualdad de principios e ideas; casi igualdad de ser.2 Aureliano Tapia Méndez, editor, Correspondencia Alfonso Reyes e Ignacio H. Valdés. Prólogo de Alfonso Rangel Guerra. Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2000, p. 88.
Lo que importa destacar aquí es la idea —que para Alfonso Reyes ya es muy clara en esa edad— de que las grandes amistades se fundan esencialmente en una afinidad espiritual, que no es otra cosa eso que definió Reyes como “igualdad de ser”. No se equivocó Alfonso Reyes en la idea pero sí en el amigo de aquel momento, pues esta amistad de adolescencia quedó trunca epistolarmente poco tiempo después, por la sencilla razón de que los dos corresponsales eran muy diferentes, a pesar de que la amistad de aquellos momentos aparentaba lo contrario; si bien ambos amigos estudiaron derecho, Valdés en Monterrey y Alfonso Reyes en la ciudad de México, la temprana vocación de escritor que ya se mostraba entonces en Reyes no la compartía su amigo Valdés. Éste terminó sus estudios y se aplicó de lleno al ejercicio de su profesión y más tarde fue notario público, mientras que Reyes terminó su carrera de Derecho y recibió su título de abogado sobre todo en atención a los deseos de su padre, con el fin de estar preparado para las “actividades prácticas, a las que se está obligado en las sociedades poco evolucionadas”.3 Alfonso Reyes, Historia documental de mis libros, en Obras completas, t. XXIV. México, Fondo de Cultura Económica, 1955, p. 151. Esto no desvió su vocación de escritor, ya entonces claramente manifiesta.
Pero ocurrió otra circunstancia, muy importante en la vida de Alfonso Reyes: el año de 1906 llegó a México Pedro Henríquez Ureña procedente de Santo Domingo, permaneciendo primero en el Puerto de Veracruz y trasladándose más tarde a la ciudad de México, donde vivió ocho años. Se integró de inmediato al grupo de jóvenes escritores reunidos en torno a la revista Savia Moderna, donde él y Alfonso Reyes se conocieron e iniciaron una amistad que duró toda su vida. Por esto las cartas de Alfonso Reyes a Ignacio H. Valdés quedaron al margen de los asuntos literarios, y aunque mantuvieron la amistad iniciada en los años de la adolescencia, la correspondencia quedó interrumpida en 1910, con algunas cartas esporádicas en los años posteriores. Esa afinidad espiritual que buscaba Alfonso Reyes como fundamento de la verdadera amistad, la encontró en el dominicano Pedro Henríquez Ureña.
Las vidas de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña tuvieron derroteros geográficos distintos. Después de la trágica muerte de su padre, Alfonso Reyes aceptó el puesto de segundo secretario de la legación mexicana en París y salió a Europa en 1913. En París estuvo sólo un año por quedar cesante, como todo el cuerpo diplomático mexicano, por disposición del presidente Carranza, y además por la amenaza de la Primera Guerra Mundial. Entonces se trasladó a Madrid, donde permaneció diez años, hasta 1924. Después, su trabajo diplomático lo llevó de nuevo a París y luego a Buenos Aires, más tarde a Río de Janeiro y de nuevo a Buenos Aires, regresando e instalándose definitivamente en la ciudad de México a partir de 1939. Pedro Henríquez Ureña, por su parte, salió de México en 1914 y estuvo, en diferentes momentos, en La Habana, París, Madrid, Minnesota y la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, y finalmente en Buenos Aires, donde radicó de manera definitiva y murió. Pero la distancia entre los dos no interrumpió su amistad y mantuvieron la comunicación epistolar iniciada en 1907 en México, al regresar Reyes temporalmente a Monterrey, hasta 1946, al fallecer Pedro Henríquez Ureña.
Quizá la correspondencia escrita por Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña merece, como ninguna otra en el ámbito hispanoamericano, el calificativo de ejemplar, por mostrar a lo largo de los muchos años en que fue escrita el alto valor representativo de la inteligencia, la cultura, la vocación intelectual y la entrega a la expresión íntegra y cabal de ambos corresponsales. No todo intercambio de cartas entre dos escritores posee este conjunto de características, pues aunque éstas sean propias de quienes las escriben, no necesariamente quedan manifiestas en sus textos; para que esto ocurra se requiere la confluencia de varios factores, y que las cartas ostenten esa carga expresiva y reveladora de afinidad espiritual.
En primer lugar, se requiere que antes de iniciarse la correspondencia se haya producido la plena identificación de los dos escritores y establecido una verdadera amistad entre ambos, de manera que reconozcan, en primer término, la posesión de una vocación literaria semejante, en el sentido de proyectarse como expresión vital dominante. No se trata de compartir los mismos gustos en géneros, autores o corrientes literarias. Tampoco se requiere que exista una afinidad en torno a manifestaciones artísticas, sino más bien que compartan una afinidad intelectual que los pueda impulsar al diálogo de la inteligencia y sobre los valores del arte, y también sobre los problemas derivados de la situación personal. La amistad de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña transitó siempre, sin duda, por las amplias avenidas de los estudios de las humanidades, y ambos compartieron el acicate de la curiosidad intelectual. Aunque Henríquez Ureña era cinco años mayor, esto no fue obstáculo para el surgimiento de la amistad, y más bien propició que la experiencia del mayor se volcara con generosidad hacia el menor, para orientarlo y aconsejarlo en múltiples aspectos de la vida y las letras, ejerciendo así Pedro Henríquez Ureña la función del magisterio intelectual que benefició ampliamente el desarrollo personal y la maduración de Alfonso Reyes.
Esta amistad probada, y consolidada entre 1907 y 1913, año de la partida del primero a Europa, empezó a expresarse en cartas de ambos a partir de 1907, al salir Alfonso Reyes de la ciudad de México con rumbo a Chapala, Jalisco.
Afirmamos antes que no todo intercambio epistolar refleja íntegramente el conjunto de rasgos y características propios de los corresponsales. Es común que éstos intercambien sus ideas sobre determinados aspectos de la vida cultural en la que están inmersos, o que se manifiesten algunas expresiones derivadas del estado de ánimo existente en el momento de escribir. Pero hay otras peculiaridades de la personalidad que no emergen en el proceso epistolar, como pueden ser confesiones privadas o muy personales, que suelen permanecer guardadas; o bien, críticas, opiniones o comentarios sobre personas allegadas o conocidas, críticas o comentarios que suelen dejarse para la conversación oral. Puede suceder que las cartas, o algunas de ellas, se apliquen a hacer ver al interlocutor epistolar actitudes o formas de actuar que sería necesario corregir en beneficio de un mejor desarrollo individual; o aun a manifestar valoraciones o juicios sobre la posición que podría alcanzar uno de ellos, quien tempranamente da testimonio de sus cualidades indudables en el campo de las letras. Un ejemplo claro de las confesiones de Reyes a su amigo Henríquez Ureña son las que se refieren a las actitudes de su padre, el general Bernardo Reyes. Sólo en estas cartas, dirigidas a su amigo, se permitió Reyes comunicar los problemas que tenía con su padre: “Mi papá por la edad y el trabajo, se va agotando y, consecuentemente, lo invaden ciertas debilidades seniles. Desde que estoy aquí no he visto que una sola vez acepte una opinión que se le manifieste, así se trate de asuntos intelectuales como de detalles triviales”.4 José Luis Martínez, editor, Alfonso Reyes-Pedro Henríquez Ureña. Correspondencia 1907-1914. México, Fondo de Cultura Económica, 1986. Carta número 7, del 29 de enero de 1908, p. 66. José Luis Martínez anota a pie de página que el general Bernardo Reyes tenía entonces 59 años de edad.
La crítica continúa, y verdaderamente es insólito que Alfonso Reyes se refiera así a su padre, opinión que en su escritura cambió de manera radical después de su trágica muerte. Sería inútil, por otra parte, intentar encontrar otra carta de Reyes en la que lo critique así, y es evidente que sólo dijo esto a su amigo Henríquez Ureña por la confianza y amistad que tenían. Otro ejemplo podría verse en las cartas que Reyes escribió desde París, en la soledad que sufría durante su exilio voluntario. Refiriéndose a su situación en esa ciudad y a las actitudes desfavorables de los mexicanos que trabajaban en la legación, escribió a Henríquez Ureña:
Me parece (a pesar de que mi inteligencia brillante está ligeramente embotada por falta de diálogos) que ahora soy más digno de ti. Si yo no contara contigo como un motivo espiritual de mi vida, estaría profundamente triste. Perdóname que te hable así, bajo la influencia de tanta atrocidad que sucede, y no creas que me refiero a aquellas insignificantes desazones de mis incómodas primeras horas en la nueva ciudad.5 Carta 70, del 25 de abril de 1914, ibid., p. 303.
Estos desahogos de Alfonso Reyes fueron, sin duda, manifestaciones que le permitieron recobrar la serenidad y el equilibrio interior. Es preciso tomar en cuenta que ese año, en París, no contaba con alguna amistad con la cual dialogar sobre los problemas por los que atravesaba, y además sufría la soledad, pues sólo contaba con la compañía de su esposa y su hijo pequeño, situación que debió hacerlo sentirse lejos de todos.
Por su parte, Pedro Henríquez Ureña escribe desde México a Alfonso Reyes para amonestarlo, pidiéndole que pusiera más cuidado en sus cartas dirigidas a la familia:
Al día siguiente de los sucesos estuve en tu casa para lo que se ofreciera. Se me consultó de ponerte un telegrama, que al final supe que decidieron no poner, para tranquilizarte. Sé que en tus cartas exageras demasiado tu situación, y ya sabes el efecto que esto produce en tu mamá. Cree que tus dificultades son enormes, se alarma porque no le hablas de Badurot o Paturot (¿Jérôme Paturot?), dice que no sabes qué hacer con los libros (cosa que no creo)… Suprime, pues, todo lo que se refiere a dificultades. Sólo le cuentes cosas buenas. Es la mejor regla. Es la que yo sigo con mi familia, y hasta la quise seguir contigo.6 Carta 45, del 20 de octubre de 1913, ibid., p. 203.
Estos consejos acabaron por producir el efecto esperado, pues poco tiempo después Alfonso Reyes modificó el contenido de sus cartas.
Acertó José Luis Martínez al identificar cuatro factores favorables que hicieron posible la existencia de este epistolario: “Una buena correspondencia es el resultado de la reunión de factores favorables: el hábito de escribir cartas, el alejamiento circunstancial de los amigos que sustituyen con este recurso la conversación, y el hecho de que tengan cosas interesantes que decirse y las escriban bien”.7“Introducción 1907-1914”, ibid., p. 9. En efecto, deben estar presentes todos estos elementos y añadiríamos uno más: la afinidad espiritual de los que escriben esta correspondencia.
El hábito de escribir cartas lo tenían ambos. En el caso de Pedro Henríquez Ureña, debido a las circunstancias de su vida, pues tenía diecisiete años cuando abandonó su país para acompañar a su padre, quien partió en comisión oficial a la ciudad de Nueva York. En esta ocasión viajó con su hermano mayor, Francisco. Ahí los dos hermanos estudiaron y aprendieron inglés. Ambos debieron escribir cartas a su familia en Santo Domingo. En Nueva York estuvieron tres años; después viajaron a Santiago de Cuba, donde antes se había instalado su padre por la situación política de su país. En los comienzos de 1906, Pedro Henríquez Ureña viajó al puerto de Veracruz y meses más tarde a la ciudad de México, donde permaneció ocho años, hasta 1914. Por su parte, Alfonso Reyes practicó la correspondencia, como ya vimos, desde su adolescencia, al comunicarse por carta con su amigo Ignacio H. Valdés, desde 1904. Además, debió escribir frecuentemente a sus hermanos radicados en Monterrey durante sus años iniciales en la ciudad de México.
El segundo factor anotado por José Luis Martínez es la distancia que separó a los amigos, interrumpiendo su trato y conversación. Ya vimos, anteriormente, cómo los destinos de estos dos amigos los llevaron a varios lugares y países, manteniendo así esta correspondencia hasta el fallecimiento de Pedro Henríquez Ureña. El tercer factor se refiere a que ambos escritores tenían cosas interesantes que contarse. La misma correspondencia lo demuestra. El cuarto y último factor es que ambos corresponsales sabían escribir bien lo que tenían que contarse, situación indudable, pues los dos tenían vocación de escritor. Después de recapacitar y repasar los factores apuntados por José Luis Martínez, caemos en la cuenta de que aquello que tenían que decirse Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes surgía precisamente de la afinidad espiritual que compartían y que hizo posible su amistad.
Existen diferentes tipos de correspondencia. Está la que se dedica al cumplimiento de actividades prácticas: comerciales, industriales o de servicios, y la de carácter institucional, pública y privada; existe otra, en el plano personal, dedicada a participar noticias sobre los miembros de la familia, nacimientos o decesos, o informar sobre estados de salud. Finalmente, está la correspondencia que los escritores, artistas y pensadores utilizan para comunicarse aspectos de su obra o problemas de su especialidad, o bien para intercambiar juicios e ideas. Esta correspondencia puede calificarse como desinteresada, ya que, salvo las referencias o indicaciones sobre algún libro o manuscrito, o sobre alguna actividad intelectual, por lo general carece de fines prácticos. En la mayoría de los casos, es la continuación de la conversación, interrumpida por el cambio de ciudad o país, de amigos que se frecuentaban regularmente, o bien es la forma de comunicación de quienes sólo mantienen una amistad epistolar y en ocasiones se llegan a conocer de forma personal. A este tipo de correspondencia intelectual y cultural pertenece la que sostuvieron Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña.
Hemos calificado esta correspondencia de ejemplar por su permanencia en el tiempo y porque a lo largo de los años no modificó ni su forma amistosa y cordial ni su característica fundamental de ser expresión íntegra de la personalidad de los escritores que la iniciaron y continuaron hasta el fallecimiento de uno de ellos. Tan singular testimonio de amistad prevalece en el tiempo y sigue manteniendo sus valores originales; porque estas cartas fueron expresión sincera y desinteresada de ambos escritores y de su obra literaria y cultural. Probablemente este notable ejemplo de conversación epistolar se benefició de la circunstancia de que entre ambos escritores se produjo esa relación de maestro y alumno, que surgió en forma paralela a la comunicación de la amistad. Los cinco años que separaban en edad a Pedro Henríquez Ureña de Alfonso Reyes se tradujeron inevitablemente en una mayor experiencia y madurez del dominicano sobre el mexicano. Esto, en vez de generar obstáculos o complicaciones, enriqueció su amistad, lo cual puede verse claramente en algunas de sus cartas. Pedro Henríquez Ureña utilizó muchas de sus cartas para dar consejos a su amigo. Tuvo siempre la virtud de expresarse con ponderación y equilibrio, y la sobriedad del consejo permitía que fuera atendido con mejor disposición. Como esto fue frecuente en la correspondencia de Henríquez Ureña, Reyes seguramente lo recibía como un verdadero testimonio de amistad y acogía las recomendaciones como si procedieran de un hermano mayor. Hay una carta de Pedro Henríquez Ureña, escrita el 30 de mayo de 1914, cuando ya había abandonado México y se encontraba en La Habana, en la que explica a Alfonso Reyes su idea de cómo debe ser el contenido de las cartas y el sentido que debe tener la correspondencia:
tuve la misma impresión que cuando recibo cartas de mi padre: la de que sólo me habías de hablar de cosas tristes. Yo no dudo que tú, tanto como él, tengan mucho que sufrir: pero todo puede sobrellevarse con tranquilidad. Yo no soy un modelo de resignación en la adversidad, y ni aun en las contrariedades pequeñas: pero sí creo que no debo hablar demasiado de mis casos. Y menos en la correspondencia. Yo concibo la correspondencia como placer, mucho más que como desahogo. Haz, pues, un esfuerzo, y nunca escribas sino cartas amenas, que se puedan enseñar a los amigos. Esto último, que parece un cinismo de Julio [Torri], y que no diría yo fuese el ideal de la carta, es sin embargo la fórmula de un tono en que puedes ponerte para escribir de manera que me agrade y a ti mismo te tranquilice. Porque lo más grave de una carta triste es la imagen que da del estado de ánimo en que vive el que la escribió. En cambio, aunque el escribir cartas amenas te cueste esfuerzo, el esfuerzo mismo influirá en que tengas una o dos o tres horas alegres después de escribir. Prueba.8José Luis Martínez, op. cit., pp. 335-336.
En ocasión de la muerte de Pedro Henríquez Ureña, en 1946, en el acto que se le tributó en el Palacio de las Bellas Artes de la ciudad de México, expresó Alfonso Reyes lo siguiente: “Ya no contaré con aquella confrontación que —real o figurada— más de una vez corregía mis impulsos, aconsejaba mis estudios, guiaba de cerca o lejos mi pluma”.9Alfonso Reyes, “Evocación de Pedro Henríquez Ureña”, en Grata compañía, Obras completas, t. XII. México, Fondo de Cultura Económica, 1960. p. 171. Este reconocimiento de la conducta del amigo, guiando en tantos y diversos órdenes la conducta y la escritura por igual, impone al paso del tiempo la dimensión que le era propia como maestro generoso que tuvo siempre la disposición para encauzar y conducir. Además, señaló Alfonso Reyes que quienes no tuvieron la ocasión de conocer a Henríquez Ureña más que por sus libros no pueden tener la visión completa del hombre poseedor de una sabiduría que sabía entender cuáles eran los caminos para alcanzar los propósitos deseados, fueran educativos, culturales o sociales, ni de la generosidad con que entregaba su tiempo a solucionar y encauzar los problemas de los demás.
Si regresamos a la correspondencia, seguiremos encontrando testimonios sorprendentes de estas virtudes que caracterizaron a Pedro Henríquez Ureña y que frecuentemente se reflejaron en sus cartas. Reyes le había comunicado algunos problemas referentes a la situación en México, y otros dentro de la propia legación diplomática. En la misma carta número 79 del 30 de mayo de 1914, después de los comentarios sobre las cartas tristes que le enviaba Reyes, le dice Henríquez Ureña:
Procura emanciparte por completo. Que ese concepto de la vida y de México no influya nunca en ti. Recuerda que he solido señalarte huellas de esa influencia, por ejemplo, en el empeño de secreto en el tranvía o en la seguridad de que hay que temer mucho de los demás. Mi consejo es quizá absurdo, pero único, el de siempre: no debes dejarte dominar, debes asumir, tú, una actitud de exigencia. Te parece muy extraño, y sin embargo, a la gente dominadora sólo puede oponérsele política de dominación. Mientras tú no la sigas, en cualquier forma, serás víctima. Ya he visto tus explicaciones, pero no me convencen. Te falta egoísmo, ¡qué digo! instinto de conservación, ante los formidables egoísmos ajenos. No procures convencerme de que es buena tu política, porque lo que lograrás es convencerte más a ti mismo y no a mí. Es preferible, pues, que no quieras razonar el asunto: no lo toques.10José Luis Martínez, op. cit., p. 336.
La carta número 80, escrita por Pedro Henríquez Ureña a Alfonso Reyes el 30 de mayo de 1914, cuando ya había abandonado México y se encontraba en La Habana, es muy interesante porque, además de manifestar de nuevo su permanente disposición de apoyo y consejo, ofrece otro aspecto que no había aparecido antes. En ella se refiere al Ateneo de la Juventud, expresa juicios sobre él mismo y también sobre Alfonso Reyes, quien apenas tenía publicado su primer libro y aún no viajaba a Madrid. Pedro Henríquez Ureña califica a su amigo, que se encontraba en París, como el representante del grupo por su actitud asumida de escritor, y el paso de los años le otorgó la razón. En esa carta del 30 de mayo de 1914 le escribe a Alfonso Reyes lo siguiente (y esta cita es extensa para poder recoger su idea completa):
Tú eres de las pocas personas que escriben el castellano con soltura inglesa o francesa; eres de los pocos que saben hacer ensayo o fantasía […] A ti te hizo mucho bien encontrarte con Caso y conmigo, ya experimentados, y dispuestos a oír tus ocurrencias habladas y a gustar de que las escribieras. Por eso has podido escribir lo que te parece, cosa que yo soy impotente para hacer.
Yo he difundido por aquí la idea de que ninguna grande obra intelectual es producto exclusivamente individual, ni tampoco social: es obra de un pequeño grupo que vive en alta tensión intelectual. Ese grupo —Pórtico, Academia, Liceo, Museo, Casa de Mecenas, Hotel Rambouillet, salones, Mermaid Tavern, cortes italianas, casa de Goethe— tiene un portavoz. Hasta en las religiones pasa eso. Y eso, que yo predico como esencial para Cuba —el grupo muy unido, que se ve todos los días por horas y trabaja en todo activamente— es lo que realizamos en México. Y de ese grupo tú has sido el verdadero portavoz, es decir, serás, pues eres quien le ha sacado verdaderamente partido al escribir, aunque Caso sea la representación magistral y oratoria legal. Yo sé que tú dirás que yo soy el alma del grupo; pero de todos modos tú eres la pluma, tú eres la obra, y ésta es la definitiva.11Ibid., pp. 344-345.
Estos juicios tan tempranos, cuando propiamente estaba por escribirse la extensa obra de Alfonso Reyes, dejan ver con claridad la aguda percepción que tenía Henríquez Ureña y lo bien que conocía a su amigo.
Para Pedro Henríquez Ureña fue muy claro que esta correspondencia que sostenía con su amigo era la continuación del diálogo interrumpido por la salida de México de Alfonso Reyes. En la carta anterior a la que acabamos de citar, también enviada desde Cuba, le dice Henríquez Ureña a Alfonso Reyes que por motivos sociales se ve obligado a interrumpir “esta conversación escrita”.12Ibid., p. 337. Podrían reunirse muchas citas más como testimonio de esta singular correspondencia, cuya calidad humana es patente y reiterada en las cartas de ambos escritores a través de los años. Pero lo que quisiéramos recoger aquí son las elocuentes palabras de Alfonso Reyes en memoria de su amigo.
Tal era Pedro; y quienes sólo lean mañana sus obras —afinadas en un mismo tono, aunque excelentes y únicas en su orden— apenas conocerán la mitad de su contenido humano y quién sabe si todavía menos. El que estas maravillas os cuenta se ve en el paso honroso —tan extraordinaria era aquella naturaleza— de aseguraros que nada inventa ni abulta. El recuerdo mismo de nuestro amigo y maestro me dicta el mayor respeto para la fidelidad del retrato. Pero la verdad es que, tras ocho bien contados lustros de una amistad que fue, para ambos, la más cercana, todavía me agobia la sorpresa de haber encontrado en mi existencia a un hombre de esta fábrica y de una superioridad tan múltiple. Yo bien quisiera ser capaz de comunicar a todos la veneración de su memoria.13Alfonso Reyes, “Evocación de Pedro Henríquez Ureña”, op. cit., pp. 167-168.
II
Alfonso Reyes mantuvo con Genaro Estrada una correspondencia tan extensa como la que acabamos de comentar. Pero aunque Reyes y Genaro Estrada tuvieron una estrecha y significativa amistad, claramente se trata de otra forma de escribir cartas y de comunicarse.
Genaro Estrada, nacido en Mazatlán, Sinaloa, el 2 de junio de 1887 (dos años mayor que Alfonso Reyes), es una figura poco conocida en las letras mexicanas por diversas razones, quizá relacionadas con la obra misma; no obstante, es importante su labor bibliográfica, además de su poesía y narrativa. Genaro Estrada tiene una singular presencia en la cultura mexicana, y quizá sea necesario recordar su temprana muerte a los cincuenta años de edad, el 29 de septiembre de 1937. La obra bibliográfica de Genaro Estrada, por su propia naturaleza, no es conocida por la mayoría, sino por los especialistas, críticos e historiadores de la literatura, y aunque goza el reconocimiento de quienes la utilizan, no suele tener la presencia que alcanzan su poesía y su novela. Aunque su narrativa y obra lírica tuvieron difusión en su momento, por sus características estaban destinadas a ser conocidas por minorías selectas. Genaro Estrada también fue autor de una antología de la poesía mexicana, publicada en 1916 y titulada Poetas nuevos de México. Es la primera antología reconocida por su rigor y juicios certeros. En su obra poética sobresale Crucero (1928) y en su narrativa la novela Pero Galín (1926).
Muy joven empezó a escribir para periódicos de su estado natal y más tarde se trasladó a la ciudad de México, continuando su obra periodística. Autodidacta, llegó a poseer una amplia cultura literaria y humanística y fue un gran conocedor de antigüedades y ediciones raras. Ocupó diversos puestos en dependencias del gobierno federal, fue subsecretario y más tarde secretario de Relaciones Exteriores y embajador en España. En su obra bibliográfica, muy extensa, sobresalen las Monografías diplomáticas mexicanas y el Archivo diplomático mexicano, y otras muchas obras que sería largo enumerar. Fue autor de la Doctrina Estrada (1930), que fijó la postura de México en los conflictos de reconocimiento de los gobiernos que se establecían de facto en otros países.
En septiembre de 1911, con veinticuatro años de edad, Genaro Estrada está ya en la ciudad de México e inicia su colaboración periodística en El Diario. Por ese tiempo debieron conocerse él y Alfonso Reyes, pero Estrada no perteneció al grupo del Ateneo de la Juventud, que había tenido como antecedente, en 1908, la Sociedad de Conferencias y que un año antes ya había ofrecido su segundo ciclo de actividades. No se tiene información de cuándo y dónde se encontraron, pero debió ser un acontecimiento de circunstancia. Como se dijo antes, en julio de 1913 Alfonso Reyes viaja hacia Europa para ocupar el cargo de segundo secretario de la legación mexicana en París, pasando en 1914 a Madrid, donde permaneció hasta 1924.
La primera carta la escribió Alfonso Reyes el 3 de diciembre de 1916 para agradecer a Genaro Estrada el envío de su antología Poetas nuevos de México, publicada ese año. Estrada ya trabajaba en el estudio de documentos de la historia de México, utilizando para ello la biblioteca de Genaro García. La carta de Reyes es muy elogiosa con la calidad y seriedad del trabajo antológico de Estrada: “Ha realizado Ud. una obra verdaderamente admirable”, le escribió Reyes, agregando: “Sigan a ésta muchas otras de igual aliento, y véale yo pronto con toda la fama que merece. Su libro es una preparación perfecta para trabajos de historia literaria”.14Serge I. Zaïtzeff, compilador, Con leal franqueza. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Genaro Estrada, t. I. México, El Colegio Nacional, 1992-1994, p. 21. Esta correspondencia continuó en los años siguientes hasta reunir entre los dos 394 cartas escritas en veintiún años, de 1916 a 1937. Es, sin duda, la correspondencia más extensa de todas las que escribió Alfonso Reyes.
Si se compara esta correspondencia con la que tuvo con Pedro Henríquez Ureña, es fácil observar que se trata de cartas completamente diferentes. En primer lugar, hay que tomar en cuenta que cuando iniciaron su correspondencia Reyes y Henríquez Ureña, ambos ya eran grandes amigos. No es el caso con Genaro Estrada, pues si bien ambos corresponsales se habían conocido en México, su amistad surgió propiamente con esta escritura epistolar. Las cartas de Reyes y Henríquez Ureña, dijimos en su momento, eran fundamentalmente cartas desinteresadas, en el sentido de que en ellas no se trataban asuntos prácticos. En cambio, las de Reyes y Estrada se dedican en buena parte a referir asuntos pendientes, proponer soluciones a casos específicos, enviar y recibir libros y manuscritos, y aun en su momento, cuando Estrada estuvo al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, tratar problemas relacionados con el servicio diplomático. Las bromas, los vocativos usados para iniciar las cartas, e incluso el lenguaje utilizado, muestran dos estilos muy distintos. Cuando empieza esta correspondencia, Alfonso Reyes trata a Genaro Estrada de “Estimado señor y amigo”, y Estrada en su respuesta utiliza las mismas palabras, durante aproximadamente un año. Pero para 1919, en sus inicios, Reyes llama a su amigo con la exclamación: “¡Oh, mi querido Genaro Estrada!”, y Estrada, el 27 de mayo de 1920, se dirige a su amigo como: “Mi gran Alfonso”. El 1o de noviembre de ese mismo año, Reyes lo llama: “Querido, aunque muy gordo, Genaro” y Genaro Estrada más tarde lo llama “Alfonsío”. Finalmente, Reyes llamará a Genaro Estrada: “¡Oh, mi querido gordo, mi leal verdadero!”, y poco después: “Querido Panzón”. Estas expresiones de gran confianza surgieron después de que se vieron personalmente en Madrid en 1921, y un poco después en París; es decir, después de que habían conversado y seguramente intercambiado apelativos que después pasaron a las cartas.
No podemos imaginar una situación similar en el trato con Pedro Henríquez Ureña, caracterizado por el respeto mutuo que otorgaron siempre a su amistad. Esta actitud sostenida a lo largo de los años, sin embargo, nunca derivó hacia posturas solemnes o acartonadas; fue, simplemente, el hablarse entre iguales con la mira puesta en propósitos animados por la elevación de las posibilidades individuales, la interpretación de las situaciones humanas en las complejas condiciones que a veces impone la vida y el permanente y constante análisis de los valores intelectuales y morales involucrados.
La correspondencia con Genaro Estrada era desemejante. No es que una sea superior y otra inferior, juicio equivocado sin duda desde cualquier punto de vista. Pues habría que añadir que este juego de denominaciones que había al inicio de las cartas quedaba atrás en el desarrollo de las mismas. Quizá fuera más certero afirmar que la diferencia fundamental entre estas dos correspondencias radicaba en su utilización; sin embargo, en ninguna de ellas encontramos banalidades ni temas irrelevantes o superficiales. Puestos a buscar la diferencia esencial entre ambas, quizá radicaría en que la correspondencia de Reyes y Henríquez Ureña está dedicada a develar los problemas relacionados con el ser y el actuar de las personas mismas, es decir, de los propios escritores intercambiando cartas; mientras que la correspondencia de Alfonso Reyes y Genaro Estrada está enfocada a las actividades y ocupaciones literarias, culturales, bibliográficas y diplomáticas de los autores. Pero es necesario ser más cautelosos en esta clasificación de las correspondencias para no caer en afirmaciones exentas de verdad, ya que la característica primordial que se adjudica a cada correspondencia no puede ser tan categórica. Finalmente los dos conjuntos de cartas que aquí analizamos, si bien muestran una diferencia fundamental, en ocasiones coinciden y comparten las mismas características, que permiten identificarlas como propias en su diferencia. Será pues, conveniente, que veamos algunos ejemplos de esto en la correspondencia de Alfonso Reyes y Genaro Estrada.
En carta de Genaro Estrada a Alfonso Reyes escrita en la ciudad de México el 15 de enero de 1920 encontramos al inicio lo siguiente:
Mi querido Alfonso:
Hablé con Padilla y Nervo (el 2o. El 1o anda por Buenos Aires) sobre el asunto de las obras completas de Nervo; me dirigí a las hermanas de Amado. No, no están de acuerdo con Rodolfo. Alguien les ha metido en la cabeza (¿será su pariente Quirino Ordaz?) que publicando aquí las obras completas sacarán un dineral. Se equivocan: ya pasó la oportunidad en México. La publicación de Plenitud, hecha por la familia, fue un fracaso. Figúrese Ud.: cinco mil ejemplares, aquí en donde las tiradas son de quinientos, así sea de un libro del Papa recomendado por los Caballeros de Colón y el Arzobispo de México. Esa edición se hizo en los momentos en que llegaban de Uruguay y Argentina, mejor impresas y más baratas. Intenté el último recurso: enviarles a Luis Castillo Ledón que es íntimo amigo de la casa. Nada. Pierdan ustedes las esperanzas. En Buenos Aires y Montevideo, se han hecho más de veinte ediciones furtivas de obras de Nervo.15Serge I. Zaïtzeff, op. cit., p. 77.
Es posible que la siguiente carta de Alfonso Reyes, escrita diez días después, se haya cruzado con la anterior de Estrada, pero también se refiere a las obras de Amado Nervo:
Querido Genaro Estrada:
Siempre con molestias. El editor Ruiz Castillo, de “Biblioteca Nueva”, ha arreglado con Rodolfo Nervo y la familia el derecho para la obra completa de Nervo. Yo cuido la edición y respondo de ella literariamente. Quiero que Ud. me ayude, y poder declarar en el prólogo que sin Ud. nada hubiera hecho. Mándeme Ud. al instante y por mi cuenta, los siguientes libros:
-Los jardines interiores.
-Lira heroica.
-El Bachiller.
-Pascual Aguilera.
-El Donador de Almas.
-Una mentira.
-El éxodo y las flores del camino.
Envíeme aclaraciones bibliográficas y noticias raras: todo lo que Ud. sepa. Búsqueme Ud. todo lo suelto y disperso que dejó Nervo en la Prensa de Méjico y de América en general. Mándeme copiar todo lo que hay en el Boletín de Instrucción Pública y los lugares recónditos en que él solía escribir. Existió (o existe) una Sociedad Astronómica de que era secretario y factótum un profesor de la Preparatoria llamado Luis G. León (ya murió). Publicaba un “Boletín de la Soc. Astronómica de México”. Allí apareció un Viaje a la luna de Amado Nervo.16Ibid., p. 78.
Cartas como ésta son muchas en la correspondencia de Alfonso Reyes y Genaro Estrada, testimonio amplio del propósito al que dedicaban sus cartas.
A partir del ingreso de Genaro Estrada a la Secretaría de Relaciones Exteriores, siendo ya éste subsecretario y después secretario, las cartas se ocupan de asuntos oficiales, pero sin cambiar el tono de confianza y amistad. La carta siguiente es de Genaro Estrada, escrita en México el 26 de enero de 1928:
Oh, mi querido amigo, maestro del corazón, consejero de sabiduría, y cuánto y cuán mucho me doy a los demonios por este estar amarrado al duro banco de una galera turquesca, que no me deja, como enantes, aquel tiempito que me lo daba con frecuencia para explayarme con usted y contarle cosas y abrirme de capa, y no que ahora, fatigado de espaldas y celebro —lo cual no celebro, qué va!— apenas si me queda el indispensable para el sustento y para echarme, ya bien entrada la noche, no a dormir, que bien lo quisiera, sino a darles vueltas y vueltas a las cosas, y echar mano de la sal de frutas —golpe sabroso en la nuez— cuando no da la adalina para conciliar, más que los contenciosos negocios que me abruman, lo que enantes holgazanes ilustres pedían a la septicorde! […] Oh qué amenidad y cual portento de carta No. 8. Se la leeré, mañana, viernes, al Presidente. Sí, no asustarse, se la leeré y la comentaré. Siempre, ya lo sabe usted, lo he tratado con amistad de amigos camaradas; pero esto no lo quiero decir a las gentes para que no vayan a creer que soy político, ni igualado. El caso es que, últimamente, mientras se va acortando el período, en lugar de sacarle al bulto, como hacen las gentes que yo me sé, me acerco más al bulto y él, que es muy franco y cordial conmigo y me confía indiscreciones y hablamos de cosas de confianza, se ha hecho más mi amigo y hablamos a cuerno limpio.17Serge I. Zaïtzeff, op. cit., t. II, p. 103.
Como puede verse, Genaro Estrada acostumbraba escribir cartas muy coloquiales, aunque se trate de comentar o referir asuntos oficiales o relacionados con ellos. Alfonso Reyes, por su parte, también utiliza esta correspondencia para contar sus permanentes problemas económicos como embajador, pero con cierto humor que aligera lo comentado. El 26 de abril de 1928, Reyes le escribe para mencionar la “genial ocurrencia” de mostrar su carta al presidente Calles, pasando después a sus problemas:
La carta No. 8, que Ud. cometió la oportuna y genial indiscreción de leerla al General Calles, tenía en su página 11 —si mi copia no me traiciona— un llamado desesperado, un “S.O.S.” patético de barco en tempestad. Sucede, pues, Gordo mío, que aquí no basta ningún dinero. Yo me porto bien; es decir no me endrogo con mi caja. Pero no he podido evitar el hacerme un “metejón” en un banco. Lo obtuve en condiciones buenas […] Pago mis mensualidades, pago mi pensión a mi madre (ya por telégrafo le he dicho a Ud. que me piden más, me dicen que Alejandro está siempre cesado: yo ya no puedo dar más; hay muchos hermanos; ¿por qué no se lleva uno de ellos a mi mamacita a su casa, ya que yo no podría hacerlo, como quisiera, por lo penoso del viaje y lo peligroso de este clima para una viejecita no adaptada a él?), pago la pensión a mi madre política (que me guarda mis papeles y libros, que me hacen una falta rabiosa para trabajar en cualquier cosa de las que tengo a medio escribir), pago las últimas escurrajas de mi caprichillo (“escurraja”: conferétur M. de Unamuno), pago muchas cosas del mantenimiento de esta casa elefántica, según lo tengo explicado en anteriores; pago más de lo que tengo; no me queda para vestir yo como quisiera y debiera: ando en trapos viejos.18Ibid., p. 123.
Las quejas continúan en esta carta, manifestación clara de la confianza con que ambos llevaban esta relación epistolar. Tres años después, en 1932, apareció en El Nacional el texto de Héctor Pérez Martínez que provocó la larga carta de respuesta de Reyes titulada “A vuelta de correo”. Antes de enviarla a su destinatario, surgieron dudas en Reyes y se apoyó en su amigo Genaro Estrada para recibir un juicio crítico. El 15 de junio de ese año de 1932 envió Reyes su carta, de la que aquí recogemos una parte:
Me concome la duda de si estaré metiendo la pata con ese folletito polémico de que creo haberle hablado en mi anterior, defendiéndome del cargo de mal mexicano que Pérez Martínez me endilga, disfrazado entre los elogios, como el puñal de Aristogitón iba envuelto en flores (¡vaya cita!) (Y luego dirán…) Me hace falta aconsejarme con Ud. Ya está eso casi impreso, y ahora me entra el temor de que acaben de declararme vanidoso y envanecido porque me defiendo, ya no hay más manera de defenderse que hablando de sí mismo. A riesgo de darle un mal rato, le mando una copia, y le ruego que me diga por telégrafo: Publique —o— Detenga. Y en este último caso, escríbame diciendo lo que opina. ¿Le parece? Yo se lo agradeceré en el alma. ¡Qué bueno es Ud.! Ahora, con esa tranquilidad ya respiro.19Serge I. Zaïtzeff, op. cit., t. III, p. 226.
Obviamente, la respuesta telegráfica de Estrada fue: “Publique”. Hoy, después de un poco más de ocho décadas, este texto de Alfonso Reyes se mantiene como una de las reflexiones más valiosas sobre el sentido de lo nacional y lo universal.
La correspondencia de Reyes y Estrada se continuó hasta 1937 y la última carta enviada por éste a Alfonso Reyes lleva fecha del 21 de agosto, o sea, un poco más de un mes antes de su muerte. Reyes le contestó el 25 de septiembre de 1937, cuatro días antes de su muerte, lo que significa que con toda seguridad ya no la recibió el destinatario.
Las últimas cartas de ambos corresponsales, de 1934 a 1937, son muy pocas: tres de Reyes y dos de Estrada en 1934; tres de Estrada en 1935; cuatro de Estrada en 1936, y finalmente siete de Alfonso Reyes y cuatro de Genaro Estrada (excepto la última, de unas pocas líneas). Así concluyó esta interesante y peculiar correspondencia entre dos grandes escritores, plena de amistad y confianza, muchas bromas, algunos chismes, siempre con interés en las manifestaciones culturales y las relaciones humanas, desde la primera hasta la última carta, escritas con el trato de “usted”.
Poco después de la muerte de Genaro Estrada, Alfonso Reyes escribió un texto sobre su amigo desaparecido y se publicó el 3 de octubre de 1937 en el periódico La Nación de Buenos Aires. Lo tituló simplemente “Genaro Estrada”, y en el primer párrafo lo retrata con certeza y exactitud:
El que comprende a unos y a otros, y a todos puede conciliarlos; el que trabaja por muchos y para muchos sin que se le sienta esforzarse; el que da el consejo oportuno; el que no se ofusca ante las inevitables desigualdades de los hombres, y les ayuda, en cambio, a aprovechar sus virtudes; el fuerte sin violencia ni cólera: el risueño sin complacencias equívocas; el puntual sin exigencias incómodas; el que estudia el pasado con precisiones de técnico, vive en el presente con agilidad y sin jactancia, y provoca la llegada del porvenir entre precavido y confiado; el último que pierde la cabeza en el naufragio, el primero en organizar el salvamento —tal era Genaro Estrada, gran mexicano de nuestro tiempo a quien todos podían atreverse a llamar “el Gordo”.20Pasado inmediato, en Obras completas, t. XII. México, Fondo de Cultura Económica, 1960. p. 175.
↑1 | La palabra que aparece en cursiva en esta cita fue subrayada en el original. Salvo donde se indica lo contrario, en el presente libro las cursivas empleadas para resaltar partes de citas textuales obedecen al énfasis aplicado originalmente en el texto que se cita. |
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↑2 | Aureliano Tapia Méndez, editor, Correspondencia Alfonso Reyes e Ignacio H. Valdés. Prólogo de Alfonso Rangel Guerra. Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2000, p. 88. |
↑3 | Alfonso Reyes, Historia documental de mis libros, en Obras completas, t. XXIV. México, Fondo de Cultura Económica, 1955, p. 151. |
↑4 | José Luis Martínez, editor, Alfonso Reyes-Pedro Henríquez Ureña. Correspondencia 1907-1914. México, Fondo de Cultura Económica, 1986. Carta número 7, del 29 de enero de 1908, p. 66. José Luis Martínez anota a pie de página que el general Bernardo Reyes tenía entonces 59 años de edad. |
↑5 | Carta 70, del 25 de abril de 1914, ibid., p. 303. |
↑6 | Carta 45, del 20 de octubre de 1913, ibid., p. 203. |
↑7 | “Introducción 1907-1914”, ibid., p. 9. |
↑8 | José Luis Martínez, op. cit., pp. 335-336. |
↑9 | Alfonso Reyes, “Evocación de Pedro Henríquez Ureña”, en Grata compañía, Obras completas, t. XII. México, Fondo de Cultura Económica, 1960. p. 171. |
↑10 | José Luis Martínez, op. cit., p. 336. |
↑11 | Ibid., pp. 344-345. |
↑12 | Ibid., p. 337. |
↑13 | Alfonso Reyes, “Evocación de Pedro Henríquez Ureña”, op. cit., pp. 167-168. |
↑14 | Serge I. Zaïtzeff, compilador, Con leal franqueza. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Genaro Estrada, t. I. México, El Colegio Nacional, 1992-1994, p. 21. |
↑15 | Serge I. Zaïtzeff, op. cit., p. 77. |
↑16 | Ibid., p. 78. |
↑17 | Serge I. Zaïtzeff, op. cit., t. II, p. 103. |
↑18 | Ibid., p. 123. |
↑19 | Serge I. Zaïtzeff, op. cit., t. III, p. 226. |
↑20 | Pasado inmediato, en Obras completas, t. XII. México, Fondo de Cultura Económica, 1960. p. 175. |